viernes, 24 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 22

—Bueno, chaval. Será mejor que nos vayamos y te dejemos con tus cosas. Pero si nos necesitas, no vaciles en llamar.

—Lo haré.

—En cuanto puedas tenemos que vernos de nuevo. Quiero que nos cuentes qué tal fue tu viaje.

—Dentro de un par de días —dijo Pedro acompañándolos a la puerta—. Gracias otra vez por todo.

Acababa de cerrar la puerta cuando oyó el ruido. Al principio no supo que era. Pero entonces lo oyó de nuevo. ¡Paula! Con el corazón en la garganta, corrió por el pasillo. Estaba gritando como si sufriera. Cuando llegó a la puerta, se quedó parado. La luz de la luna que entraba por la ventana le permitió ver cada detalle de ella, que estaba sentada en el centro de la cama. Su rostro, lleno de lágrimas, parecía completamente blanco bajo la masa de cabello negro. Pero era el contorno de su cuerpo bajo la camisa que le había dado lo que llamó su atención y la mantuvo. Tenía los hombros desnudos, y él se imaginó lo que sería abrazarlos. Se agarró al pomo de la puerta, sin respiración al contemplar su belleza.

—¿Paula? —dijo al fin incapaz de moverse—. ¿Qué pasa?

—¡Oh, por favor, ayúdame! —le pidió con ojos febriles.

Pero Pedro sabía que no le estaba viendo. Estaba en las angustias de una pesadilla.

—Ayúdame… mi cuerpo está en llamas —murmuró temblando.

Pedro se acercó a la cama y se detuvo en el borde, lo suficientemente cerca para tocarla, para olerla. Su aroma inundó sus fosas nasales y le alarmó.

—Por favor —lloró Paula extendiendo los brazos hacia él.

Pedro se sentó y la abrazó.

—Ssh, no pasa nada.

Sólo que para él no era así. El sudor empezó a correr por su cuerpo. No debería estar abrazándola. Con un esfuerzo sobrehumano, trató de soltarla.

—No —le rogó mirándole—. No me dejes.

Él no quería hacerlo. No quería. Le gustaba tenerla en sus brazos. Se estaba tan bien… Pero no estaba bien. Estaba mal, ¡Mal, mal! Intentó de nuevo separarla. Pero ella se aferró a él con más fuerza, apretando sus pechos contra el suyo.

—No —dijo Pedro con voz poco clara.

Incluso a través de la camisa, sentía sus pezones como si fueran dos puntas de fuego. Deseaba chuparlos con su lengua. Todo el cuerpo se le encendió. Un escalofrío recorrió su nuca, mientras una oleada de calor le invadió con tal intensidad que le cortó la respiración. Apretó la mandíbula hasta que los músculos sele quedaron rígidos, mientras colocaba las manos en sus hombros y, con suavidad pero con firmeza, la volvió a depositar sobre la almohada. Por suerte, se había quedado dormida. Pedro no se levantó. No podía. Tendría que esperar a que se calmase el daño que había sufrido su propio cuerpo. Al abrazarla, la sangre caliente se había acumulado en su ingle. A duras penas se podía mover o respirar. No supo cuánto tiempo estuvo hasta que se arrastró con dificultad hasta la puerta. Allí se giró y contempló sus pechos, que subían y bajaban con ritmo regular. Minutos después, en su dormitorio, miró a la cama como si fuera algo amenazador. Iba a ser una noche muy larga.

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