viernes, 10 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 63

—¿Te gusta, eh?

—Me encanta —dijo ella, gimiendo cuando él le mordió suavemente el hombro—. No había sentido un placer así nunca… antes de conocerte.

Él se detuvo y se rió entre dientes.

—¿En serio?

—En serio, y es pura dinamita —susurró ella, envolviéndolo con los brazos y devolviéndole el favor.

Él gimió y su boca entró en contacto con su piel, caliente y dulce.

—Paula, Paula, me vuelves loco.

—Bien.

Él se agachó y le lamió un pezón. Cuando ella emitió un gemido gutural, él alzó la cabeza y contempló su expresión mientras le chupaba el otro pezón. Ella hundió las uñas en sus brazos. Tenía que quererla. «Tenía que amarla.» No podía tratarse solamente de sexo. Pero, como aún estaba sumida en las dudas, siguió aferrándose a su cordura y se negó a dejarse arrastrar inmediatamente por el hambre que estaba despertando en ella. Hizo descender las manos hasta posarlas sobre sus glúteos. Eran muy duros, muy lisos, muy perfectos.

—¿Los tienes así de cabalgar? ¿Te mantiene en esta buena forma, quiero decir?

—Eso y el correr —dijo él, sonriendo irónicamente—. Me niego a tener michelines.

—No creo que eso pueda ocurrir nunca. Eres demasiado… perfecto —añadió tímidamente, sintiendo su dureza emerger entre ellos.

—Pero ni mucho menos tanto como tú —dijo él, moviéndose contra ella.

Paula no pudo hablar. Las manos de Pedro se posaron sobre su cintura.

—Tienes una cinturita tan delgada…

—Gimnasia —dijo ella, jadeante.

—¿Y esto? —dijo él, deslizando las manos por sus caderas y empezando a despojarla de la parte de abajo del bikini—. ¿Este trasero tenso y redondo también es de la gimnasia? —le preguntó él, mientras sus dedos se hundían en su calidez.

Súbitamente, ella temió que las piernas le fallaran.

—No lo sé —susurró—. Por favor… oh… me estás…

—Envuélveme con las piernas —le ordenó él urgentemente, cubriendo sus glúteos con las manos.

—¿Has hecho el amor así antes alguna vez?

—No.

Una cálida sensación se apoderó de ella, pero no pudo decirle cómo la hacía sentirse. Y cuando él movió los dedos en su interior, todo pensamiento coherente se desvaneció de su cabeza.

—Paula —susurró él contra su cuello—. No quiero hacerte daño.

—Salgamos, entonces —dijo ella en tono urgente, ardiendo por él.

Unos instantes después, estaban tumbados sobre la hierba y Pedro se introdujo inmediatamente dentro de ella. Y seguidamente comenzaron su danza de amor. Pedro se hundió más en ella. Ella gozó de su fuerza, caliente y palpitante, mientras él se movía cada vez más rápido. Le apretó más contra su cuerpo con las manos, mientras él estallaba. Ella dejó escapar el aliento que había estado conteniendo con un trémulo suspiro y descendió lentamente hasta la tierra.

El olor a tocino la despertó. Se estiró y luego sonrió al recordar. Sin dejar de sonreír, extendió la mano. Pedro se había ido. Se sintió decepcionada, pero no le sorprendió. Miró el reloj. Las siete. Probablemente ya estaba en la oficina. Como era Alicia la responsable de aquel delicioso olor, Paula no hizo esfuerzo ninguno por levantarse. Quería pensar. Su acto de amor, que había empezado en la piscina y había acabado en la cama había sido más que perfecto. Esperó tumbada a que aquel delicioso temblor de la reminiscencia la sacudiera. Pero aquella vez no se produjo. En cambio, lo que sintió fue miedo. ¿Qué iba a hacer cuando tuviera que dejarlo? Un momento después, tras haberse duchado y ataviada con una bata, entró en la cocina. Se quedó paralizada nada más entrar.

—¿Pedro?

Él giró delante del horno y le lanzó una sonrisa.

—Buenos días.

—Buenos días —contestó ella, entrando más en la cocina.

No se detuvo hasta que estuvo junto a él. Estaba tan sexy con sus vaqueros cortados y su camiseta gastada que ella casi se derritió en el sitio.

—¿Dónde está Alicia?

—Tiene el día libre.

—Ah.

Él se rió.

—¿Qué significa eso? ¿No me crees capaz de prepararte algo sabroso de desayunar?

—Mmm —dijo ella zumbonamente—. Tendremos que esperar y ver.

Dejó el tenedor en el plato y la atrajo contra su cuerpo.

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