viernes, 31 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 39

Sin poderlo evitar, Pedro sonrió.

—Mejor mantente alejado de este asunto.

—¿Qué asunto? —preguntó Francisco con cara de inocente.

—Te mato… Tú sabes el qué.

Francisco se frotó el estómago y sonrió.

—Ah, la verdad es que ahora mismo…

—Estoy de acuerdo. A mí también me vendrían bien un par de cervezas.

Francisco se puso serio.

—Lo siento. No debí…

—No es necesario que te disculpes.

—¿Es por tu invitada?

La primera reacción de Pedro fue decirle que se metiera en sus propios asuntos, pero no lo hizo. Sabía que su amigo estaba realmente preocupado. Le había contado, al rato de conocerse, su problema con la bebida, porque Francisco había insistido en que se tomara una cerveza con él.

—De acuerdo… Sí, ella es el problema.

—¿Crees que alguna vez recuperará la memoria?

Pedro tomó un trapo de la mesa desvencijada que había junto a él y empezó a frotar la silla.

—Lo empiezo a dudar.

—Sería una pena —dijo Francisco con ojos brillantes—. Es una mujer muy hermosa.

Pedro levantó la cabeza y le miró, pero Francisco no se inmutó.

—¿Nos unimos a las mujeres para tomar una taza de café? —preguntó Francisco.

—¿Ha venido Diana contigo?

—Sí, está dentro, hablando con Paula.

—¿Sobre qué?

¿Estaría Diana tratando de convencer a Paula para que se fuera a vivir con ellos?

—Sobre el baile que vamos a organizar en nuestra casa.

Por una parte, Pedro se sintió aliviado, pero por otra, empezó a sospechar.

—Espero que no insinúes lo que estoy pensando. Ya sabes que no me gustan las fies…

—Bueno, pues algo me dice que eso va a cambiar —le interrumpió Francisco.

Esa vez, fue Pedro el que dió un bufido.

—De ninguna manera.

—Ya lo veremos —dijo Francisco riéndose con astucia—. Ahora vamos a tomar ese café.



Paula enterró la cabeza entre las manos en busca de alivio. Además detener otra pesadilla, la cabeza le daba vueltas por la pelea que había tenido con Pedro. Un rato antes, había entrado a trompicones en el cuarto de baño, y después de llenar un vaso de agua, se había tomado dos de las pastillas recetadas por Lautaro. Había vuelto a la cama diciéndose a sí misma que necesitaba dormir. En realidad, sabía que estaba posponiendo el pensar en el desastre del día anterior. En esos momentos, mientras se vestía, la escena apareció con toda claridad en su mente. ¿Cómo se podía haber comportado como una obsesa? También podía haberle dejado que le rasgase las ropas y le hiciera el amor allí mismo. ¿Qué le había pasado? Al principio, le había echado la culpa a las condiciones en que se encontraba, al miedo y la incertidumbre que se cernían sobre ella como un oscuro nubarrón. Eso era sólo parte de ello, seguro; pero no lo era todo. En sus brazos, se sintió viva, cautivada por todo lo que le estaba sucediendo.

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