miércoles, 1 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 45

—¿De qué? —dijo él, pasándose la mano por el bigote.

—Me marcho.

Él parpadeó.

—¿Que qué?

—Que me marcho —repitió ella, pasándose la lengua por el labio inferior—. No… no puedo… no quiero quedarme más tiempo aquí. Es evidente que no es a tí tan sólo a quien culpas de lo que le ha ocurrido a Lucas, sino a mí también.

—Desde luego que sí —dijo él salvajemente.

Un silencioso grito de negación acudió a su garganta.

—Pero eso no tiene nada que ver con la cuestión —añadió él, en voz más baja y menos agresiva.

Paula abrió y cerró los puños.

—Sí que tiene que ver. De hecho, esa es la cuestión.

Se miraron furiosamente.

—Es… es una locura… echarme a mí la culpa —susurró ella finalmente.

Él se dió la vuelta, cerró los ojos y exhaló con fuerza.

—Si no hubiera estado tan colado contigo, tal vez se habría mantenido más alerta, más en guardia.

Paula casi se atragantó con su propia furia.

—Eso es lo más ridículo que he oído en la vida. Y esa es la razón por la que me marcho. Mañana. Me voy a casa de Laura.

—Y un cuerno. No vas a ninguna parte.

—¡No tengo por qué rendirte cuentas a tí! No eres mi guardián. Ni mi carcelero.

—Puedes estar segura de que a la policía sí que tienes que rendirle cuentas. Y ellos no te van a dejar marcharte. Sin la menor duda.

Él tenía razón, por supuesto, pensó Paula, sintiendo que se le encogía el corazón. Estaba atrapada, pero, desde luego, no tenía por qué gustarle. Con los pensamientos hechos un torbellino, giró sobre sí misma y dió un paso.

—Ah, no, eso sí que no —dijo él, tomándola por los brazos y atrayéndola a su pecho—. Hasta que encuentren a mi hijo, harás exactamente lo que se te dice.

Paula bajó la mirada hacia las manos de Pedro, que se estaban clavando en sus brazos, y luego se nuevo a su rostro. Se puso pálida y los alientos de los dos se entremezclaron. Después, ella no pudo decir cuándo había cambiado la atmósfera entre ellos. De pronto, le costó hasta respirar. El corazón se le subió a la garganta. «Muévete… venga» La orden era urgente, pero su cuerpo parecía hecho de plomo. Sólo su respiración jadeante demostraba que estaba viva aún.

—Paula, oh, Paula —la voz de Pedro parecía arrancada de él.

—Pedro… por favor.

Los labios de Pedro, cuando tocaron los suyos, estaban duros y calientes. Ella se aferró frenéticamente a él mientras sus lenguas se encontraban ansiosamente.

—Oh, Paula —gruñó él de nuevo, mientras le bajaba la cremallera del mono.

Cuando sus pechos rozaron sus manos, fue ella la que gimió. Su beso se hizo más ardiente mientras le pellizcaba un pezón, como si deseara extraer de él la misma vida. Luego, súbitamente, todo acabó con la misma rapidez. Con ojos atormentados y un profundo gruñido, Pedro la apartó de su cuerpo.

—Paula… yo… —empezó a decir Pedro con voz espesa.

—No —gritó ella, retrocediendo, con los ojos llenos de lágrimas—. No digas una palabra más.

Dicho aquello, se dió la vuelta y huyó.

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