lunes, 6 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 55

Ella jugueteó con el vello rizado de su pecho.

—De hecho, estaba pensando en tu… esposa.

—¿Qué pasa con ella? —el tono de Pedro era tenso.

Paula supo que estaba avanzando por terreno quebradizo.

—¿Estaban… felizmente casados? —contuvo el aliento.

—No —dijo él bruscamente—. Lo creas o no, ella siempre quería más de lo que yo podía darle.

Su voz reflejaba dolor e irritación.

—¿Cómo murió?

—Un accidente. Había estado bebiendo y perdió el dominio del coche.

—Qué trágico.

El silencio cayó entre ellos.

—¿Y tú? —la voz de Pedro era tan cálida ahora como la mano con la que estaba cubriendo su pecho—. Ya es hora de que lo sueltes todo.

Paula sonrió.


—Me temo que tengo poco que «Soltar».

—¿Has estado enamorada alguna vez?

La sonrisa de Paula desapareció.

—No.

—Me resulta difícil de creer.

Paula cambió de postura.

—Bueno… creí estarlo una vez.

—¿Qué ocurrió?

—Descubrí que estaba casado y que tenía familia.

Pedro titubeó y luego dijo:

—¿No ha habido nadie más?

—Nadie.

El silencio cayó de nuevo. Lo quebró el suspiro entrecortado de Paula.

—Respecto a nosotros… respecto a anoche…

—¿Qué quieres que diga?, ¿Que lo siento?

«Lo que quiero que digas es que me amas».

—¿Lo… sientes?—susurró ella.

—Dios mío, no. Pero yo no quería ponerte ni un dedo encima —añadió él con voz ahogada.

—Lo sé —dijo ella con voz ronca—. Yo tampoco quería que lo hicieras.

Pedro la obligó a mirarlo poniendo un dedo en su barbilla.

—¿Estás diciendo que tú sí lo sientes?

Ella bajó sus largas pestañas.

—No.

—¿Aunque te quedaras embarazada?

A ella le dió un vuelco el corazón.

—No… no es el día de mes adecuado.

—¿Te he hecho daño?.

Ella tragó saliva.

—No.

—Es increíble. Eres tan dulce, tan delicada.

—No me has hecho daño —su voz era ronca—, ha sido delicioso.

—Oh, Paula, Paula, ¿Qué voy a hacer contigo?

—¿Qué quieres hacer? —se odió a sí misma por preguntarlo, pero tenía que hacerlo.

—Me gustaría encerrarme contigo en algún sitio y hacerte el amor hasta que los dos estuviéramos tan débiles que no pudiéramos ni movernos.

—Oh, Pedro—susurró ella.

—Pero los dos sabemos que eso es imposible, ¿No?

Ella sintió que le daba un vuelco el corazón. La culpa se erguía como un muro de acero entre ellos. Y el hecho de que él no la amara, no debía olvidarlo.

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