viernes, 3 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 46

Pedro temía irse a la cama, sabiendo que no iba a poder dormir. Pero a su cuerpo parecía no importarle; aullaba pidiendo descanso. No sólo había estado trabajando muchas horas seguidas en la planta, sino que luego había estado otras tantas en los establos. El trabajo físico demoledor siempre le había ayudado a vencer el estrés. Pero incluso aquello tenía sus límites. En aquel momento, estirado sobre la cama, se llevó las manos a la nuca y se quedó mirando al techo. Tal como había previsto, estaba demasiado tenso para dormir. La preocupación se le había aferrado al estómago. ¿Por qué diablos no habían llamado los secuestradores con sus demandas?

Ya hacía una semana desde que se lo habían llevado. Sabía que el FBI estaba haciendo todo lo posible, pero, hasta el momento, sin resultado. Sus propios esfuerzos también habían sido vanos. Le había ordenado a Diego que contratara a los mejores detectives privados del estado. Nada. Parecía como si Lucas se hubiera desvanecido. Un instinto visceral le decía que, si los secuestradores se habían retrasado tanto, el explosivo no era la razón. Si al menos Paula pudiera recordar el rostro del hombre. Si al menos no estuviera implicada en aquel embrollo… Se tumbó de costado y cerró los ojos, esperando borrar todo pensamiento de  ella  de su mente. Pero la cara pálida y asustada de ella se negaba a desaparecer. Sabía que tenía razón; era ridículo culparla. Y era igualmente ridículo culparse a sí mismo. Pero él no podía evitarlo. Súbitamente, se preguntó si alguna vez podría verse libre de la culpa. Muy conscientemente, no había querido pensar en Paula ni en el beso ardiente y tórrido que acababan de intercambiar. Pero… era tan delicioso tenerla entre sus brazos. Hasta el último detalle de su cuerpo había quedado grabado en su cerebro… Cerrando los ojos con fuerza, gruñó al notar cómo su cuerpo respondía desvergonzadamente. Sin previo aviso, Paula se había convertido en la esencia de su vida. Tal vez debería dejarla marchar. Tal vez lo haría. Pensaría en ello… más tarde.

Paula se detuvo a pocos metros de la puerta de la oficina.

—Señor Anderson, ¿Hay algo en que pueda ayudarle?

Carlos Anderson, el alto y desgarbado vigilante, alzó la cabeza y se quedó mirando a Paula con los ojos entrecerrados.

—No, señora —dijo, arrastrando las palabras—. Estaba sólo comprobando el cerrojo de esta puerta. Órdenes del señor Alfonso. Dijo que no funcionaba.

—Bueno, ¿Y ahora funciona? —le preguntó ella con mucho retintín.

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