lunes, 27 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 28

Aún podía ver la cara afligida de Paula; podía oírla, rogando a Lautaro que la ayuda Paula se había sentado frente de la mesa de Lautaro, con los ojos muy abiertos y expresión preocupada.

—Creí que ya habría recordado algo.

—¿Recuerdas lo que te dije en el hospital? —dijo Lautaro con paciencia—. No puedes pretender que esto vaya rápido. Así que trata de no preocuparte, eso sólo agrava las cosas. Simplemente continúa tomando estas pastillas cuando te duela la cabeza. Y no hagas esfuerzos.

En esos momentos, mientras Pedro ajustaba otra pieza de alambre en la valla, el último consejo de Lautaro le recordó el ofrecimiento de Paula de limpiar la casa. Dudaba que hubiera tomado una escoba en toda su vida, y mucho menos un trapo de limpiar el polvo. De todas formas, ésa era la última cosa que ella necesitaba hacer, especialmente cuando estaba tan frágil. Pero eso no evitaba que también fuera terriblemente sexy… Tomó otro clavo, mientras pensaba que era un asco ser pobre. Para entonces, se había imaginado que podría haber contratado a alguien para que la ayudara, pero su ganado no había progresado lo suficiente como para permitirse ese lujo. La única cosa peor que estar en la bancarrota era su obsesión por Paula Chaves. Había tratado de evitarla y se había asegurado a sí mismo que estaba inmunizado contra las mujeres de su tipo. Pero no lo estaba. Ella era demasiado atractiva. La sensación de tenerla entre sus brazos había despertado en él un apetito que pensó que había muerto hacía mucho. Llevaba bajo su techo sólo tres días, y él ya se la había imaginado retorciéndose y gimiendo bajo él. ¿Entonces por qué no la tomaba? ¿Qué podía haber de malo en sentir de nuevo? A lo mejor perdiéndose dentro de ella, se encontraba a sí mismo otra vez. Pero esa no era la respuesta, y él lo sabía. Incluso si ella le permitía tocarla, lo cual era improbable, hacer el amor con ella no funcionaría. Su relación sería un callejón sin salida. Él no veía razón para iniciar algo que no llevaría a ningún lugar. La única solución era averiguar quién era ella y que se marchara. Se quedó mirando sus manos temblorosas; necesitaba una bebida desesperadamente.

—¡Para ya, Alfonso! —se gritó a sí mismo, y se llenó los pulmones de aire.

Sabía que debía tomar la iniciativa, contratar a alguien que los ayudara a averiguar la identidad de Paula. Debido a sus años al servicio de la ley, tenía contactos que podía utilizar. Todo lo que tenía que hacer era llamar por teléfono a un amigo detective de Lufkin. Aun así, vaciló. ¿Por qué? ¿Podría ser por que no quería que ella recuperase su memoria y dejase de depender de él? Esperaba que no. No podía haberse rebajado tanto. No, ése no era el caso. Quería que ella se marchara antes de que él cometiera alguna estupidez, algo de lo que se arrepentiría durante el resto de su vida. Sus pensamientos empezaron a liarse y le confundieron. Así que más que tratar de aclararse, cogió sus cosas, se subió al caballo y se dirigió a la casa.

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