lunes, 6 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 53

Pedro gruñó. Luego, incapaz de contenerse, le lamió las lágrimas de las mejillas a besos. Luego, la separó suavemente de su cuerpo y la miró, con los ojos también llorosos.

—No lo entiendes —gimió—. No puedo abrazarte. Yo…

Ella alzó un dedo y lo posó en los labios de Pedro.

—Lo sé —susurró—. Pero no te preocupes.

—¿Quieres decir que…?

Aquella vez ella detuvo el flujo de sus palabras con un beso. Sus pechos desnudos se tocaron, y él casi explotó. La sangre latió tumultuosamente a través de todo su cuerpo. Se levantó y se despojó rápidamente de los vaqueros.

—Pedro, Pedro, Pedro —su tono era agónico mientras se aferraba con fuerza a él.

Luego, como si la sorprendiera sentir su excitación apretada contra su estómago, boqueó.

—Mira cómo me pones —dijo él con voz espesa, apretándola contra su cuerpo.

Se derrumbaron sobre la cama y, en un fluido movimiento, él rodó sobre ella, situándose de forma que pudiera mirarla a los ojos.

—Bésame —suplicó ella.

—Oh, sí, sí —gruñó él contra su boca.

Sus lenguas se juntaron en un ardiente juego de deseo, y él comenzó a mover las caderas contra ella. Separó la boca y alzó la cabeza para mirarla de nuevo a los ojos. Ante el arrebato que vió reflejado en ellos, él perdió toda cordura. Era suya, suya solamente. Cambió de posición, ansioso de ganar acceso a sus pechos, sin dejar de moverse entre sus muslos. Ella suspiró de placer y le estrechó contra su cuerpo.

—Estás volviéndome loca.

Al cabo de un momento, Pedro se separó de ella y se puso de pie junto a la cama. Los ojos de Paula se dilataron ansiosamente.

—Enseguida, cariño, enseguida —susurró él mientras le quitaba las bragas.

Una vez se hubieron despojado los dos de toda su ropa, Paula alargó de nuevo los brazos hacia él y abrió las piernas para que la cubriera.

—Oh, Paula… —su gemido se convirtió en un sollozo al sentir su mano suave en torno a su dureza.

Con otro grito ahogado se hundió profundamente en ella. Estaba tensa y él trató de retirarse, pero ella no le dejó. Le rodeó los glúteos con las piernas, y súbitamente ambos se vieron invadidos por una ciega urgencia.

—Paula… —era incapaz de decir más.

Sólo podía sentir, sentir lo que nunca antes había sentido. Ella gimió y se aferró a él.

—Paula, Paula… Oh, Paula… ¡Te quiero!

Las palabras salieron en palpitantes jadeos, y surgieron de sus labios en el instante mismo en que su ardiente semilla se vertía dentro de ella. Un dulce dolor sacudió sus cuerpos.

—Oh, Pedro —sollozó ella.

«¡Te amo! ¡Te amo, Paula! ¡Te amo!»

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