lunes, 27 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 29

Si no fuera por la pérdida de la memoria, ella estaría contenta con su recuperación. Y había sido gracias al descanso. Se podía mover sin hacer muecas de dolor, y los terribles dolores de cabeza eran más soportables. Pero sabía que aún le quedaba mucho para estar en perfectas condiciones. Tenía suerte de poder descansar durante el día mientras Flint trabajaba. Por la noche le daba miedo cerrar los ojos. Temía que otra pesadilla asaltara su subconsciente. No quería una representación repetida de lo ocurrido la primera noche. Sólo pensar en ese incidente la hacía sentirse molesta. Pensar en él la hacía sentirse molesta. A pesar de su hospitalidad, ella sabía que había trastornado su vida. Pedro estaba resentido por ello; estaba resentido con ella, aunque la mayor parte de las veces ella no podía descifrar qué se escondía detrás de esos profundos ojos verdes. A pesar de ello, o puede que por ello, él la intrigaba y la hacía desear conocer qué le hacía ser un hombre solitario.

Paula se rió de sí misma por pensar tales tonterías, y se recordó que ella estaba allí temporalmente y nada más. Además, no quería estropear ese día maravilloso con pensamientos oscuros. Terminó de vestirse y salió de su habitación. Se paró en seco. Al principio pensó que estaba viendo visiones. El cuarto de estar, aunque no reluciente, estaba limpio y ordenado. Estaba claro que Pedro había estado muy ocupado. Una sonrisa se dibujó en sus labios y se dirigió a la cocina. Ahí también había estado trabajando Pedro. Salió fuera por la puerta de la cocina, al viento y al sol. En el instante en que rodeó la esquina de la casa, lo vió. Cabalgaba por el prado, y de nuevo, ella se quedó inmóvil. Se le veía muy alto sobre la silla de montar; hombre y bestia moviéndose como un sólo cuerpo.

Pedro debía haberla visto apoyarse contra la valla en el patio trasero, porque inmediatamente guió al caballo en su dirección. El corazón de Paula se aceleró. Intentó no mirar, permitiéndose echarle sólo ojeadas furtivas, pero cuando estuvo más cerca, lo estudió de arriba a abajo, desde su sombrero caído hasta sus botas desgastadas. Era un ejemplar magnífico, más perfecto que el caballo en el que montaba. Intentó no pensar en eso y levantó la mirada, pero no pudo, especialmente después de que él  detuviera el caballo justo enfrente de ella. Estaba empapado en sudor. El pelo que le asomaba bajo el Stetson estaba húmedo y la camisa, pegada a su escultural cuerpo. Respiraba con dificultad. Paula sintió que su propio cuerpo respondía a ese magnetismo, tan fuerte que la dejó débil y más perdida que nunca. Ni siquiera sabía quién era ella; estaba luchando por encontrar su identidad. Entonces ¿cómo podía pensar en ese hombre desde el punto de vista sexual? Pero él era sexy, tanto que a ella se le hacía la boca agua.

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