miércoles, 22 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 18

—Ojalá lo supiera.

Paula se sintió herida por su respuesta.

—Puedes parar y me bajaré.

—¿Y a dónde irás?

—No… no lo sé.

Pedro la observó en silencio, molesto consigo mismo por su brusquedad. Ella no le había pedido que la llevara al rancho. Había sido idea sólo de él, y no era justo descargar su furia contra ella.

—Mira… olvida lo que he dicho. No será fácil, porque no estoy preparado para recibir invitados, pero nos las arreglaremos.

—¿Qué pasa con la… ropa? —preguntó vacilante—. También necesito otras cosas.

Paula no le miró, y se sonrojó, como si sintiera vergüenza de pedirle cualquier cosa. Pedro la comprendió; él había odiado tener que depender de alguien que le mantuviera. Ya había pasado por ello. Y una vez había sido suficiente.

—¿Te encuentras bien para ir de compras?

—La verdad es que no. Pero puedo intentarlo.

—No hace falta. Yo me encargaré.

—¿En serio?

El tono con el que lo preguntó daba a entender que no se lo imaginaba ocupando de semejantes menesteres. Pedro la miró de forma burlona.

—Sí.

Otra vez el silencio.

—En cuanto lleguemos a tu casa, quiero ponerme en contacto con las líneas aéreas.

—Ya he pensado en ello. Y también deberíamos llamar a las tiendas de joyas de Houston, a todas ellas si es necesario —dijo viendo cómo se le alegraba la cara—. Pero sólo si descansas. Ahora mismo no necesitas agotarte más de la cuenta, a menos que quieras regresar de nuevo al hospital.

—No, claro que no, sólo…

—Entonces no hay más que hablar.

—¿Cómo es tu rancho? —preguntó de repente.

—Ruinoso. Pero estoy trabajando mucho para mejorarlo.

—¿Te va bien?

Pedro se encogió de hombros.

—Eso lo dirá el nuevo ganado con el que estoy experimentando.

—Ya veo.

—No, no lo ves —dijo Flint cortante—. Tu vida es tan distinta de la mía que no lo ves y nunca lo harás.

Paula respiró profundamente antes de lanzarle una mirada fulminante.

—Mira… no pretendía que sonara así.

—Olvídalo —dijo Paula—. Los dos estamos bajo una gran presión.

Se produjo otro silencio, violento esa vez.

—¿Por qué no echas la cabeza hacia atrás y descansas? —sugirió Pedro con dificultad—. Todo saldrá bien. Sólo dale tiempo. Y deja de preocuparte.

Paula deseaba poder dejar de preocuparse. Pero era imposible. Hasta que no recuperase la memoria, su mente y su cabeza seguirían confundidas. De todas formas tenía muchas cosas que agradecer. ¿Cuántas personas sobrevivían a accidentes de avión? Se obligó a concentrarse en la belleza de su alrededor. No creyó que hubiese visto nunca algo tan maravilloso como el resplandor de las flores salvajes. Campanillas azules, tréboles rojos y otras más crecían a ambos lados de la carretera. Ningún pincel de ningún artista, no importaba el talento que tuviera, podría captar tal belleza. Durante unos instantes, sintió la paz mental que tan desesperadamente necesitaba. Ese sentimiento de tranquilidad desapareció cuando echó un vistazo al hombre que había a su lado. La cruda realidad se impuso de nuevo. No sólo no conocía a ese extraño, sino que además dependía de él.

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