lunes, 6 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 54

Paula cambió ligeramente de postura. No sólo estaba la cabeza de Pedro en su almohada, sino que tenía la pierna sobre una de las suyas. Temió que cualquier movimiento inesperado pudiera despertarlo, y ella no quería. Sabía que necesitaba dormir tanto, si no más, que ella. Pero en aquel momento, el sueño era lo más alejado de su mente. Estaba demasiado excitada. Mejor que dormir, prefería recordar, saborear cada momento de su pasión. Dejó escapar un suspiro melancólico. No lograba ahuyentar del todo la sensación de haber traicionado a Lucas. Aun así, si tuviera que hacerlo de nuevo, no cambiaría nada en absoluto. Había sabido que Pedro sería un amante maravilloso, y había visto más que satisfechos sus sueños.

¿Y ella? ¿Había hecho lo mismo por él? Deseaba tanto que la respuesta fuera sí que casi le dolía. Sin embargo, tenía miedo de que todo aquello no significara nada especial para él, que aquello no hubiera sido más que una noche más. ¿Pero acaso no había dicho que la quería? ¿No era aquello un signo? No necesariamente. Probablemente les había dicho lo mismo a innumerables mujeres. Así, ante el frío rostro de la medianoche, se obligó a sí misma a enfrentarse valientemente con la verdad por mucho que doliera. Había visto miedo en sus ojos. No cabía duda. Por mucho que hubiera estado entremezclado de pasión y lujuria, ella lo había percibido claramente. Conteniendo un suspiro, lanzó otra mirada hacia él, llena de anhelo. En algún momento, había perdido el norte, y había cometido el error más estúpido imaginable. Se había enamorado, se había enamorado profunda e irrevocablemente de Pedro Alfonso. Y, aunque sentía un profundo gozo en su interior, también sentía tristeza y temor. Porque lo amaba, estaba a su merced. Con su boca, sus manos, su cuerpo, podía manipularla, podía controlarla. Y, lo que era peor, tampoco deseaba que la liberase. Había sido tan maravilloso sentirse llena, sentirse necesitada, tan excitante sentir sobre ella su peso palpitante. No quería que terminara nunca. No quería vivir separada de aquel hombre. Ni ahora ni nunca.

Los ojos de Paula se dirigieron de su rostro a su pecho, que subía y bajaba lentamente con su tranquila respiración. Finalmente, tan sólo para sus propios oídos, murmuró con voz llena de llanto: Te amo. Por el momento, era lo único que su corazón se podía permitir.

—¿Estás dormida?

—No —susurró Paula, acurrucándose contra el cuerpo caliente de Pedro—. ¿Y tú?

Él le acarició la espalda con su mano endurecida.

—No.

—¿Qué hora es? —preguntó Paula, apenas capaz de hablar.  Su caricia le estaba produciendo los efectos más extraños.

—Las seis.

Ella gruñó.

—Lo mismo digo.

—¿Tenemos que levantarnos?

Él se rió entre dientes, sin dejar de deslizar suavemente los dedos por su espalda.

—No si no quieres.

—Llevo despierta desde la medianoche.

Pedro cambió ligeramente de postura para poder mirarla.

—Estabas pensando —no era una pregunta.

—Sí. En nosotros. En tí.

Ella le sintió ponerse rígido.

—Sigue.

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