viernes, 17 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 9

—Lo son.

Ninguno de los dos pudo decir nada más. La voz del piloto llamó su atención.

—Señoras y caballeros, ruego disculpen el retraso. Pero ya hemos sido autorizados a despegar y en breve estaremos en el aire.

—Gracias a Dios —murmuró Paula—. Bueno, estoy lista.

Pedro la miró con curiosidad. Su cara había perdido el color.

—¿No le gusta volar?

—Digamos que me siento mejor con los pies en la tierra. ¿Y a usted?

—Me da igual.

—Parece que cada vez que tengo que hacer un viaje, es cuando hay más accidentes de avión.

—Por ese motivo yo no veo demasiado las noticias —dijo Pedro, viendo cómo ella se aferraba con fuerza al brazo de su asiento.

Poco después, el enorme avión corría por la pista y se elevaba en el aire. No apartó la mirada de ella, que cada vez estaba más relajada. Entonces se dió cuenta de que él también estaba tenso, y no era por el miedo a volar. Conteniendo una palabrota, apartó la mirada.

—Bueno, ¿Por dónde íbamos?

—Iba a hablarme de su trabajo.

—Le advierto que va a obtener mayor información de la que ha ofrecido.

Aunque no la estaba mirando, no pudo evitar sonreír un poco. No podía creerlo, pero estaba haciendo lo que había jurado que nunca haría. Estaba conversando educadamente con una mujer, algo que no había hecho desde que Mariana y él se separaron.

—Venta de joyas heredadas.

—¿Es ése su trabajo?

—Sí. Hace seis meses abrí una pequeña tienda en Houston, y ahora me dedico principalmente a las joyas antiguas… Aunque más adelante tengo la esperanza de introducir otros artículos como aparadores antiguos, costureros… ya sabe, dedales de plata, cajas bordadas… Todo eso.

—Como si hablara en chino.

La risa de Paula fue tan cálida y vivificante, que a Pedro le dió un vuelco el corazón. Pero se maldijo a sí mismo por ser tan tonto.

—Aunque profundizara en ello, seguiría perdido. Para simplificar le diré que compro y vendo joyas antiguas, y aunque las gemas son lo que más me interesa, también trato con perlas y plata de ley.

A pesar de todo, Pedro sentía curiosidad, no tanto por su negocio como por ella en sí. Cada gesto, cada sonrisa, cada chispa de sus ojos, le traspasaba. Se aclaró la garganta.

—¿Entonces tiene que esperar a que la gente muera para conseguir el material?

Paula se rió de nuevo.

—No, aunque consigo mucho así. Frecuento los mercadillos, aunque en esos lugares hay que tener mucho cuidado. Cada tres meses abro un stand en la Exposición Internacional de Dallas. Pero mis fuentes principales son los abogados que se encargan de las herencias y la campiña inglesa.

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