viernes, 10 de mayo de 2019

Paso a Paso: Capítulo 64

Paula ladeó la cabeza para poder verlo. Tenía las pestañas mojadas.

—¿Cómo es que no estás en el trabajo?

—Enseguida me iré.

—Huele maravillosamente —dijo ella, inhalando profundamente.

Él le mordisqueó el cuello.

—No tanto como tú y, si no te apartas inmediatamente de mí, voy a arrastrar tu delicioso cuerpo hasta la cama otra vez.

Lentamente, Paula se separó de sus brazos y se sentó en el taburete.

—Gallina.

—Gallina no. Exhausta.

Él echó la cabeza hacia atrás y se rió. Luego, le sirvió una taza de café. Ella acababa de tomar la taza que le tendía Pedro cuando se abrió la puerta de la cocina. Paula miró por encima del hombro a Pedro… y se le cayó la taza de la mano.,«¡Lucas!», sus labios formaron el nombre.

—Hola, mi querida Paula.

Paula parpadeó para evitar las lágrimas. Aun así, brotaron de sus ojos y resbalaron por sus mejillas hasta su boca. Frenéticamente, rebuscó en el bolso y sacó un Kleenex para secarse la cara. ¿Qué le pasaba? Debería estar riendo en lugar de llorando. Lucas estaba de vuelta. Había logrado huir milagrosamente. Aquella era una causa de celebración, no de llanto. Pero había estado tanto tiempo viviendo en tensión que, aunque la crisis hubiera terminado, sus emociones no podían resistir más. Consiguiendo finalmente un cierto dominio de sí misma, le lanzó a Pedro una mirada de soslayo. Eran los únicos ocupantes de la sala de espera de una pequeña clínica privada de Houston. Era evidente que él tampoco había conseguido relajarse. Estaba mirando por la ventana, con el rostro sombrío y los hombros rígidos. Se había cambiado de pantalones y se había puesto una camisa de sport. Ella deseó tocarlo, llegar a él, pero de pronto le pareció inalcanzable. Intentó convencerse de que su frialdad no iba dirigida a ella personalmente; que estaba consumido por la preocupación hacia Lucas. Desde su llegada a la clínica unas dos horas antes, el médico no había dejado a Pedro que viera a Lucas, y tampoco había salido a explicarle nada. Incapaz de aguantar el silencio un segundo más, Paula se levantó del sofá de cuero y se dirigió a la máquina de café. Una vez allí, se volvió hacia Pedro.

—¿Quieres una taza de café?

Pedro se dió la vuelta rápidamente y la miró a los ojos. Por un instante, ella, creyó que su mirada se hacía más suave, pero no puedo estar segura.

—No, gracias. Creo que me sentaría mal.

De pronto, a Paula se le quitaron las ganas de tomar café también. Aún así, era mejor tener eso en el estómago que nada.

—Me pregunto por qué tardan tanto —dijo ella, aferrando con fuerza la taza.

—Que me aspen —dijo Pedro en tono tenso—… Por lo que yo sé, el doctor Mays no ha dejado siquiera a los del FBI que lo vean.

—Bueno, gracias al cielo que está vivo —dijo ella en voz alta.

—Sí —masculló Pedro—, pero por poco no lo cuenta.

Paula podía entender la impaciencia y la preocupación de Pedro. Cuando Lucas había irrumpido en la cocina, se habían quedado mudos. Pero el choque emocional no había afectado a su capacidad de visión. Habían visto claramente el rostro amoratado de golpes de Lucas. Tenía un corte en el labio superior. Y era evidente que no había comido decentemente desde que lo habían secuestrado. Era pellejo y hueso nada más.

—Oh, Lucas —había gritado Paula al fin, obligando a sus piernas a que avanzaran hacia él.

—Dios mío, hijo —dijo Pedro, salvando también la distancia que los separaba.

Pedro llegó antes junto a Lucas y lo abrazó. Paula vió las lágrimas en los ojos de Pedro y apartó la mirada, mientras intentaba poner orden en sus tórridas emociones. Una vez Lucas se hubo soltado de su padre, se acercó a Paula. Ella extendió de buena gana hacia sus brazos y apretó su cuerpo debilitado.

—Oh, Lucas —sollozó de nuevo—, gracias a Dios que has vuelto.

—Gracias a Dios —repitió Pedro—. Ha habido momentos en que he creído que no iba a volver a verte vivo nunca.

—Lo mismo me ha pasado a mí —dijo Lucas débilmente—. Pero he conseguido darles el esquinazo a esos desgraciados —separó suavemente a Paula de su cuerpo—. No ha sido fácil.

Pedro estaba tragando saliva sin parar.

—No, estoy seguro de que no —respondió con voz tensa.

Se produjo un momento lleno de emoción, luego Pedro se aclaró la garganta y preguntó:

—¿Te ha detenido el FBI en la puerta?

Lucas asintió.

—Un ejército de ellos, pero ya les he dicho que quería darte una sorpresa. Creo que necesito sentarme —añadió Lucas, secándose la frente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario