viernes, 20 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 43

–¿No crees en el amor como concepto?

–¿Y tú, crees en el amor después de que el hombre con el que esperabas casarte te mintiera y te engañara con otra?

Paula volvió la cabeza y clavó los ojos en un horizonte que los últimos rayos de sol tornaba rosado, morado y naranja. Era un espectáculo que le llegó al corazón y que le produjo una punzada de dolor al hacerla recordar que su hijo nunca había visto un atardecer. Había sido una revelación enterarse de que a Pedro debían haberle hecho daño en el pasado. Hasta ese momento, ella le había considerado un mujeriego sin ningún interés en una relación seria, una imagen que él mismo se esforzaba en proyectar porque era lo que quería que la gente creyera, pensó ella. Y sintió curiosidad por saber quién era la mujer que tanto daño le había hecho, y también se preguntó si seguía amándola. Lo que le produjo una punzada de dolor.

–Yo creo en el amor –declaró Paula en voz baja–. He visto amor en mis padres, en la forma como se miran el uno al otro, y eso que no han tenido una vida fácil, jamás les ha sobrado el dinero. Pero mamá y papá están juntos para enfrentarse a la vida y se adoran. Yo tuve una mala experiencia con Javier y admito que, durante algún tiempo, pensé que jamás volvería a enamorarme. Pero no quiero pasar el resto de la vida sola y espero que, algún día, llegue a casarme y a tener hijos.

Paula alzó los ojos y lo miró. Y le vio distante y ausente, con la mirada perdida en el horizonte.

–¿En serio eres feliz teniendo una aventura amorosa tras otra? – le preguntó ella en un susurro.

Completamente feliz, se dijo Pedro a sí mismo, negándose a reconocer que llevaba un par de meses sintiendo una creciente insatisfacción y descontento con la vida que llevaba. Y era pura coincidencia que sintiera eso desde la llegada de la nueva cocinera.

–Sí, por supuesto –respondió él.

Entonces, Pedro se levantó de la silla y rodeó la mesa hasta detenerse al lado de Paula, que con ese sencillo vestido de verano blanco y el pelo suelto estaba sumamente hermosa y con aspecto inocente. Pero después de haberse acostado con ella había comprobado que no era una inexperta virgen. El abandono con el que había hecho el amor había resultado excitante y aleccionador. Ella había respondido a sus caricias con honestidad y él quería repetir la experiencia.

–Mientras estemos aquí, en la Toscana, quiero demostrarte lo satisfactorio que puede ser el sexo sin que haya nada más –le dijo él tirando de ella hasta hacerla ponerse en pie.

A Pedro le brillaron los ojos de pasión y ella se ruborizó.

–Pedro...

Pero no pudo continuar, porque Pedro le selló los labios con los suyos. La besó ardiente y apasionadamente, exigiendo respuesta. Ella sabía que sucumbir era una locura, pero la sangre ya le hervía de pasión.

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