lunes, 2 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 2

Paula no pudo evitar una oleada de placer.

–¿En serio dijo eso?

–No tenía más que elogios para usted. Pedro es un tipo estupendo –Diego sonrió–. Cuando su padre le pasó el testigo y se puso a la cabeza de Sergio Legal, después de que sir Horacio se jubilara, todos los abogados, entre los que me incluyo, nos preguntábamos cómo sería trabajar con él. Pedro tenía fama de ser una persona implacable, pero ha resultado ser un jefe excelente, y me atrevo a considerarle un amigo. Me ofreció su ayuda sin reservas para celebrar el bautizo y ha sido muy comprensivo y flexible estos últimos meses con la depresión posparto de Carla.

Diego paseó la mirada a su alrededor y clavó los ojos en la bonita casa georgiana enfrente de Regent’s Park.

–Ha sido un día excelente –murmuró Diego–. Realmente estoy en deuda con Pedro. Sobre todo, teniendo en cuenta que el bautizo ha debido despertar en él dolorosos recuerdos.

Paula lo miró con expresión confusa.

–¿Qué quiere decir?

Diego se sonrojó y desvió la mirada.

–Ah... nada, nada. Solo me refería a algo que pasó hace años, cuando Pedro vivía en Nueva York.

–No sabía que Pedro había vivido en América –aunque era normal que no lo supiera.

Pedro no le hablaba de su vida personal y lo poco que sabía de él lo había leído en Internet. En una página Web, había descubierto que tenía treinta y seis años, que era el único hijo de un juez del Tribunal Supremo, sir Horacio Alfonso, y de Ana Zolezzi, una famosa cantante de ópera italiana. Según lo que decía en la página Web, la familia Alfonso era una familia aristocrática en cuyo seno, generaciones atrás, había habido un par de matrimonios con miembros de la familia real. Ahora, Pedro, como único heredero, acabaría siendo el propietario de un palacete y una extensa propiedad en Norfolk. Aparte de la fortuna que iba a heredar en el futuro, había hecho dinero como abogado especializado en divorcios. En cuanto a su vida privada... Ella solo sabía que había una larga lista de modelos, actrices y mujeres de la alta sociedad en la vida de él. Y que las prefería rubias. Había visto fotos suyas con rubias platino de largas piernas agarradas a su brazo. Pero, significativamente, nunca había sido fotografiado con la misma mujer dos veces.

–Dígame, ¿Cómo es que ha acabado usted de cocinera de Pedro? –preguntó Diego, sacándola de su ensimismamiento.

–Antes trabajaba para una empresa de catering, una empresa que, fundamentalmente, preparaba almuerzos para gente de la City – explicó ella–. Pedro estuvo en uno de esos almuerzos y, después de la comida, me ofreció este trabajo.

El sueldo y el hecho de que el trabajo incluyera la vivienda había hecho que le hubiera resultado imposible rechazarlo, recordó Paula. Pero, si era honesta consigo misma, debía reconocer que, en parte, había aceptado el trabajo porque el físico de Pedro y su carismática personalidad la habían anonadado. Por eso, se había trasladado rápidamente al departamento para empleados en Hilldeane House.

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