miércoles, 18 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 37

Instintivamente, Pedro acarició su mejilla.

–¿Cómo te encuentras? Aún estás algo pálida.

–Estoy bien, ya se me han quitado las ganas de vomitar –le aseguró ella.

–Durante los próximos dos días, quiero que te tomes las cosas con tranquilidad –Pedro la miró con expresión traviesa–. Es más, quiero que pases casi todo el tiempo tumbada.

Paula sabía que debía apartarse de él, pero la virilidad de ese hombre la embriagaba.

–Naturalmente, me acostaré contigo para hacerte compañía – susurró Pedro con voz ronca y grave.

Paula se estremeció de placer. El sentido común le dictaba que se apartara de él; pero cuando Pedro bajó el rostro para besarla, solo fue capaz de abrir los labios para recibir el beso. Él le acarició los labios con los suyos y ella se sintió derretir. Quería que volviera a poseerla, eso era innegable. Pero así no iba a mantener las distancias con él, le advirtió la voz de la razón. Se había prometido a sí misma no sucumbir a los encantos de ese hombre. No obstante, había visto sufrimiento reflejado en el rostro de él al mirar el retrato de su abuela, cosa que la había enternecido. Pedro le había dicho que era la primera vez que iba a la Toscana desde la muerte de su abuela, y era evidente que sentía la falta de Sara. A pesar de todo, era consciente de que no podía correr el riesgo de enamorarse de él. Por eso, haciendo acopio de todas sus fuerzas, apartó la boca de la de Pedro y se separó de él.

–Me parece que debería empezar a preparar la cena, se está haciendo tarde –murmuró ella ruborizada–. Aunque, por lo que he oído, la gente suele cenar tarde en los países mediterráneos –añadió desesperadamente bajo la enervante mirada de él–. De todos modos, debes tener hambre.

–Sí, pero tengo la sensación de que estamos hablando de apetitos diferentes –comentó él irónicamente.

Pedro no comprendía por qué Paula se había echado atrás, pero la expresión de ella, entre temerosa y defensiva, le obligó a dominarse. Era evidente que Paula tenía problemas emocionales, lo que significaba que era la clase de mujer que él evitaba a toda costa. En ese caso, ¿Por qué insistía en estar con ella? ¿Por qué la había llevado a Casa di Colombe, su refugio, su santuario? Y su frustración no era solo sexual, quería saber a qué se debían las ojeras de Paula. Y eso le hizo enfadarse consigo mismo y maldecir su curiosidad porque no quería nada serio con ella. Con controlada impaciencia, dijo:

–Tengo que hacer algunas cosas, ¿Por qué no vas a darte un paseo por la casa? Las empleadas deben haber preparado las habitaciones y supongo que habrán surtido la cocina. Mañana iremos a comprar frutas y verduras en el mercado de Montalcino –Pedro señaló un pasillo–. Siguiendo el pasillo encontrarás la cocina.

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