viernes, 13 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 29

Al mirarla y notar el rubor de las mejillas de ella, volvió a pensar en lo encantadora que era. Tenía el rostro perfectamente simétrico y la piel parecía de porcelana. Paula no necesitaba maquillaje, poseía belleza natural. Y era sumamente sensual. Hacer el amor con ella solo le había abierto el apetito. Quería más, quería que siguiera siendo su cocinera y también su amante... todavía no sabía hasta cuándo. Pero, al parecer, había decidido abandonarle. Cosa que no le había pasado nunca. Se preguntó si lo que ella quería no sería que le rogara que se quedara. La idea le hizo sonreír. Paula iba a enterarse muy pronto de que él no suplicaba. Una de las cosas que había aprendido de su matrimonio era que solo los imbéciles se dejan llevar por los sentimientos.

–Creo que los dos sabemos que sería imposible que siguiera trabajando para tí –dijo ella con voz queda.

Pedro encogió los hombros.

–En ese caso, dime, ¿Qué planes tienes?

–Se me ha presentado la oportunidad de trabajar en un restaurante de Fernando Clavier en Santa Lucía –respondió Paula.

Pedro frunció el ceño.

–Vaya, así que de eso era de lo que hablaron en la fiesta, ¿Eh? Pero Fernando me ha dicho que no va a abrir el restaurante hasta dentro de unos meses. Es amigo mío; de hecho, fui su abogado cuando se divorció de la rusa con la que estaba casado. A pesar de que el matrimonio solo había durado dos años, Emma reclamaba una exorbitante cantidad de dinero. Por suerte, logré que Fernando conservase la mayor parte de su fortuna, por lo que me está muy agradecido.

A Paula no le gustaba el cinismo y la frialdad con la que Pedro hablaba. Debido a su profesión, tenía que tratar con gente de moral dudosa, lo que quizá explicara su actitud respecto al matrimonio y a las relaciones amorosas.

–Supongo que no tienes donde vivir –añadió él desviando la mirada a la pantalla del portátil que mostraba propiedades en alquiler.

–Voy a llamar a una agencia inmobiliaria y, con un poco de suerte, iré a ver un piso esta tarde –respondió Paula, que no albergaba demasiadas esperanzas.

Aunque encontrara un piso, no iba a poder trasladarse ese mismo día. Con una poco de suerte, su amiga Sofía, a quien había conocido en la empresa de catering, la dejara pasar unos días en su casa. Pedro dobló la carta de dimisión y se la metió en el bolsillo del pantalón.

–Voy a aceptar tu dimisión, pero pareces haber olvidado una cosa. El contrato de trabajo que firmaste establecía que, de querer dejarlo, tenías que avisar con un mes de antelación.

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