miércoles, 11 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 23

–No me parece justo que tú estés vestido cuando yo estoy desnuda –dijo ella en un ronco susurro, casi sin respiración.

Pedro le dedicó una traviesa sonrisa.

–En ese caso, desnúdame –y abrió los brazos para darle acceso a su cuerpo–. Soy todo tuyo, Paula.

Paula sintió una punzada de dolor, consciente de que Pedro jamás sería suyo. Solo una mujer muy especial lograría convencerlo de que dejara su vida de playboy. Sabía que lo único que Pedro quería de ella era sexo, y ella debía conformarse con eso. Él la hacía sentirse atractiva y sensual, quizá una noche con él la hiciera recuperar la confianza en sí misma como mujer. Pero cuando comenzó a sacarle la camisa de debajo de los pantalones y a desabrocharle los botones, las manos le temblaban. Y, tras abrirle la camisa, se quedó mirando como hipnotizada el fuerte pecho de piel oliva salpicado de sedoso vello negro. Pedro había dicho que ella era la perfección personificada... Si eso era así, el cuerpo de Pedro era una obra de arte. Siguió con los ojos la trayectoria del oscuro vello que bajaban en canal hasta desaparecer debajo de la cinturilla de los pantalones. Pedro la había invitado a desnudarle, pero... ¿Tendría ella el valor suficiente para bajarle la cremallera de la bragueta y tocarle el abultado miembro?

–¿Tienes idea de lo mucho que me estás excitando con solo mirarme? –dijo Pedro con voz ronca–. Por el amor de Dios, cara, tócame.

Paula le obedeció, y Pedro gimió y gruñó al ritmo de las caricias de ella por su torso. Entonces, le besó el pecho y... Pedro lanzó una grave exclamación en italiano y, al momento, se llevó las manos a la bragueta y se la abrió.

–Ayúdame –murmuró él mientras se desnudaba.

A Paula le dió un vuelco el corazón al clavar los ojos en la erección de Pedro. Enorme. De repente, pensó en que hacía mucho tiempo que no había hecho eso. Las dudas se reflejaron en sus ojos.

–Si has cambiado de parecer, tienes veinte segundos para salir aquí, lo justo antes de que pierda el control sobre mí mismo por completo.

Paula no pudo evitar sentirse un poco triunfal. El deseo le palpitaba entre las piernas. Saber que pronto le sentiría dentro la hizo temblar de excitación.

–No he cambiado...

Pedro ahogó el resto de sus palabras al estrecharla en sus brazos.

–Menos mal –murmuró él antes de cubrirle los labios con lossuyos.

A Pedro le encantaba la suavidad del cuerpo de Paula, lo sedoso de su piel y el delicado aroma a rosas de su perfume. Y le excitaban los pequeños gemidos de placer de ella al tocarle los pechos y juguetear con los pezones. Se sentía a punto de estallar. La posibilidad de hacerle el amor lenta y perezosamente era prácticamente nula. Ella era una tentación excesiva. En ese momento, lo único que quería era penetrarla. La llevó al sofá, más cómodo que el suelo, y la hizo tumbarse sobre los aterciopelados cojines.

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