lunes, 2 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 5

Paula lo miró al verle entrar y él notó que ella seguía muy pálida, aunque no tanto como la había visto tornarse en el jardín.

–¿Estás bien ya?

Ella lo miró con expresión de sorpresa, pero él notó que se tensaba.

–Sí, claro. ¿Por qué no iba a estar bien?

–No lo sé –Pedro se encogió de hombros–. Me ha dado la impresión de que, cuando estábamos mirando al niño de Diego, te has disgustado por algo. Te pusiste más blanca que la cera cuando él te preguntó si querías tomar al niño en los brazos.

–Ah, bueno, es que... tenía migraña –contestó ella–. Me dio así, sin más, y tuve que venir rápidamente a tomarme una pastilla.

Pedro vió su sonrojo. Paula debía ser la peor mentirosa del mundo. Pero estaba claro que no iba a decirle qué le había pasado y a él no le quedó más remedio que dar el tema por zanjado. Ni siquiera comprendía por qué sentía esa curiosidad respecto a una de sus empleadas. Se miró el reloj y vio que eran casi las siete de la tarde. Todavía tenía que trabajar un par de horas antes de acostarse y se arrepintió de haberle prometido a Brenda llevarla a su casa, que estaba en la otra punta de Londres.

–¿Has visto a la señorita Benson? –preguntó él con voz tensa.

–Sí, la he visto. Está en el cuarto de estar delantero llorando amargamente. Pobre mujer.

Pedro frunció el ceño.

–¿Sabes por qué está llorando?

–Es evidente que está llorando por tí –Paula apretó los labios–. Me ha dicho que habéis tenido una discusión. Estaba llorando, así que le he sugerido que se calmara. Creo que deberías ir a hablar con ella.

Pedro apenas podía contener el enfado. ¿Qué se traía Brenda entre manos?

–Iré a hablar con ella –murmuró Pedro cruzando la cocina–, pero dudo mucho que le guste lo que voy a decirle.

–He preparado cena para la señorita Benson y usted.

Pedro se detuvo en el umbral de la puerta y se volvió a Paula con mirada amenazante.

–¿Por qué demonios has hecho eso? ¿Acaso te lo he pedido?

–Bueno, no... Pero he pensado que, como la señorita Benson estaba tan disgustada, quizá la ibas a invitar –Paula hizo una pausa tras la cual alzó la barbilla y lo miró con fijeza–. ¿Sabes? Deberías tener un poco más de consideración con tus novias.

Pedro, haciendo un esfuerzo, controló su irritación. Le enfurecía el comportamiento de su exnovia, pero aún más que Paula pareciera creerse con el derecho de interferir en su vida íntima.

–¿Me permites que te recuerde que eres mi cocinera, no la voz de mi conciencia? –dijo él con frialdad.

En vez de disculparse, como él había esperado, Paula alzó la barbilla con expresión retadora. Desde el primer momento de verla, le habían sorprendido sus hermosos ojos color violeta; en ese momento, habían oscurecido hasta el punto de parecer azul marino.

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