En ese momento, Pedro la miró y ella, rápidamente, volvió la cabeza. Esperaba que no se hubiera dado cuenta de que lo había estado mirando fijamente. Un camarero se detuvo delante de ella para ofrecerle una copa. Paula resistió la tentación de agarrar una copa de champán, sabía que acabaría con dolor de cabeza. Prefirió un zumo de fruta que ya había probado y que estaba delicioso.
–Paula –Pedro apareció a su lado y la miró con intensidad–. ¿Lo estás pasando bien? He visto que has estado charlando.
–Sí, lo estoy pasando muy bien –le aseguró ella–. Por favor, no te sientas obligado a hacerme compañía. Estás muy solicitado –añadió ella con cierta ironía, consciente de las mujeres que les estaban mirando en esos momentos.
–Hay una persona que quiere conocerte –comentó él.
Pedro se volvió hacia un hombre de cabellos plateados y rostro delgado que se había acercado a ellos. Entonces, añadió:
–Paula, te presento a Fernando Clavier.
–Sí... lo sé –dijo Paula con voz débil.
Paula sabía que se había quedado boquiabierta, pero no podía evitarlo. Fernando Clavier era un cocinero francés de fama mundial, y su héroe. No podía creer que él quisiera conocerla. Y se quedó perpleja cuando el francés le tomó la mano y se la llevó los labios.
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