lunes, 2 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 3

–Bueno, si alguna vez decide cambiar de trabajo, recuerde que hay un matrimonio con un niño...

–¿Qué, Diego, tratando de quitarme a la cocinera?

–No, en absoluto –respondió Diego con los ojos fijos en la perezosa sonrisa de su jefe, que se había acercado sin que ellos lo notaran–. Aunque, al parecer, tú se la robaste a una empresa.

–No lo niego –Pedro encogió los hombros, atrayendo la mirada de ella a su formidable anchura.

Tan cerca de él, no podía evitar ser consciente de la altura y del magnetismo sexual que emanaba de ese hombre. Llevaba la chaqueta del traje desabrochada y, por debajo de la camisa blanca de seda, se podía vislumbrar la sombra del vello oscuro del pecho y también la vaga definición de los músculos abdominales. Durante un segundo, lo imaginó desnudo acariciándole a ella. ¿Tenía el cuerpo tan moreno como el rostro? Súbitamente, notó un intenso calor en las mejillas. Temerosa de que Pedro se hubiera dado cuenta de cómo la afectaba, trató de alejarse. Pero, con horror, sintió la mano de él en su hombro.

–Reconozco el valor de algo, o alguien, cuando lo veo –comentó Pedro sonriéndole a ella–. Inmediatamente, me dí cuenta de que Paula era una cocinera de gran talento y decidí hacer lo posible por convencerla de que trabajara para mí.

Paula se puso tensa. Las palabras de Pedro confirmaban sus temores: para él, ella no era más que una pieza insignificante en el engranaje de su vida. Al conocerse, a Pedro le había impresionado cómo cocinaba, a ella le había impresionado él. Aunque no se trataba de amor, por supuesto. No era tan estúpida como para enamorarse de él. Pero la inconveniencia de sentirse atraída hacia él le había sorprendido enormemente ya que se había prometido a sí misma mantenerse alejada de los hombres después de la forma como Javier le había tratado. Quizá, después de dos años de soltería, su cuerpo estaba saliendo del letargo que se había impuesto a sí misma. En ese momento, vió a Brenda Benson acercándose a ellos acompañada de Carla Portman, que llevaba en brazos a su hijo.

–¡Vaya, aquí está la estrella de la fiesta! –exclamó Diego al tomar a su hijo de siete meses en los brazos–. Eres demasiado pequeño para darte cuenta, Joaquín, pero Pedro y Paula han hecho todo lo humanamente posible por ofrecerte un día muy especial.

Al oír la voz de su padre, Joaquín sonrió de oreja a oreja, mostrando unas rosadas encías y dos incipientes y diminutos incisivos. Paula sintió un súbito dolor en el pecho que casi le impidió respirar.

–Es una maravilla, ¿Verdad? –dijo Diego orgulloso de su hijo–. ¿Quiere tomarlo en los brazos? –le preguntó a ella, notando cómo miraba al pequeño–. Páseme la bandeja para que pueda sujetar a Joaquín.

Joaquín, con sus brazos y piernas regordetes y rizos dorados, era adorable. Pero a Paula el dolor de la pérdida le resultó casi insoportable. Agarró la bandeja con fuerza y, forzando una sonrisa, respondió tras un embarazoso silencio:

–Joaquín parece satisfecho en los brazos de su padre, no quiero molestarle. Entonces, miró en dirección a la carpa y añadió:

–Los camareros están limpiando las mesas. Será mejor que vaya a ayudarlos. Les ruego me disculpen.

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