viernes, 20 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 45

Paula sintió la urgente necesidad de Pedro, una necesidad que compartía. La piel olivácea de él era como la seda, y el vello del duro pecho le pareció lo más sensual que había tocado en su vida. Bajó la mano, pasándosela por el vientre. Le hizo gemir al cerrar la mano sobre el miembro erecto. Y la idea de que pronto lo tendría dentro reavivó el fuego líquido de su entrepierna. Pedro le puso una mano en el pubis y gruñó de placer al notar la líquida excitación de ella. Pero en vez de penetrarla, como era evidente que ella quería, le besó los pechos y el vientre. A Paula le dió un vuelco el corazón al sentir que él bajaba aún más la cabeza. Eso era nuevo para ella. Y se puso tensa cuando le separó las piernas.

–No estoy segura de... ¡Ah! –la incipiente protesta de ella se tornó en un grito de placer.

–Relájate y déjame hacer, mia bella –murmuró Pedro.

Iba a estallar, pensó ella.

–Por favor...

Era una tortura insoportablemente deliciosa y se agarró a las sábanas sacudida por los primeros espasmos del éxtasis. Después de una breve pausa para sacar un preservativo del cajón de la mesilla de noche y ponérselo, Pedro se colocó encima de ella y la penetró. Paula cerró los ojos durante unos segundos, sobrecogida por la sensación del miembro masculino en su cuerpo, llenándola y completándola. Y entonces él comenzó a moverse, despacio, llenándola aún más profundamente. Por fin,  aceleró el ritmo y ella le agarró los hombros con fuerza al sentir la proximidad de otro orgasmo. Se detuvo un momento y lanzó una queda carcajada cuando ella le imploró. Y por fin, con un último y definitivo empellón, alcanzaron el clímax simultáneamente. Y las olas del placer sacudieron sus cuerpos. Después, abrazados, permitieron que el silencio de la casa les rodeara, aislándoles del mundo exterior. Al cabo de un rato, levantó la cabeza, le dió un beso en la boca y se sorprendió al darse cuenta de que no quería separarse de ella. El ex novio era un idiota, pensó mientras se acomodaba al lado de ella y la acariciaba con las yemas de los dedos. Paula era una mujer maravillosa y sería la esposa perfecta. Era una pena que él no quisiera volver a casarse, porque la consideraría como una seria candidata. Frunció el ceño, desconcertado por el derrotero que estaban tomando sus pensamientos. Se tumbó de espaldas con los brazos debajo de la cabeza.

–¿Sabes una cosa? No voy a dejar que te vayas –murmuró él viendo cómo le caía el cabello por los hombros cuando Paula se sentó en la cama–. No sé cuánto dinero te ha ofrecido Fernando Clavier para que vayas a trabajar a su restaurante, pero yo te pagaré más. El Caribe no es tan maravilloso como lo pintan.

Pedro levantó un brazo y le acarició uno de los pezones. Sonrió al verlo endurecerse instantáneamente.

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