lunes, 16 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 32

Paula sintió una oleada de placer. Pero cuando Pedro comenzó a besarle el hombro, se vió presa de un súbito malestar. Aquella mañana se había levantado con dolor de cabeza debido al alcohol que había ingerido, sin saberlo, la noche anterior. Ahora tenía náuseas.

–Pedro... –y volvió la cabeza justo cuando él iba a besarle la boca.

–Por favor, cara, déjate de juegos –Pedro no trató de ocultar su impaciencia.

–No estoy jugando. Tengo ganas de vomitar.

Paula se zafó de él, salió corriendo de la cocina y bajó rápidamente las escaleras que daban a su departamento, en el sótano. Diez minutos más tarde, al salir del cuarto de baño, encontró a Pedro sentado en su cama.

–No suelo causar esta reacción en las mujeres –comentó él en tono burlón.

–Vete, por favor.

Paula se había mirado brevemente al espejo y sabía que tenía un aspecto horrible. Menos mal que se había puesto la bata. Pedro se levantó de la cama al tiempo que ella se sentaba, pero permaneció en la habitación, con los ojos fijos en el pálido rostro de ella. Entonces, en tono de preocupación, él preguntó:

–¿Estás enferma?

Paula sacudió la cabeza.

–No. Lo que pasa es que el alcohol me sienta mal, por poco que sea. Me ha ocurrido ya más veces y sé que voy a seguir vomitando y sintiéndome mal hasta librarme de todo rastro de alcohol.

Apenas había pronunciado esas palabras cuando otro ataque de náuseas le invadió y salió corriendo de nuevo al cuarto de baño. Lo que no comprendía era por qué Pedro seguía allí. Cuando volvió al dormitorio, vió que él había puesto una jarra de agua en la mesilla de noche y había abierto la cama.

–Será mejor que te duermas. ¿Cuánto crees que vas a estar mala? ¿Cuándo crees que podrías salir de viaje?

–Supongo que estaré bien dentro de veinticuatro horas –admitió ella débilmente.

Pedro le sacó el camisón de debajo de la almohada y se lo dió.

–Vamos, póntelo y acuéstate.

Pedro frunció el ceño al ver que ella no se movía del sitio.

–Me lo pondré cuando te vayas –murmuró Paula enrojeciendo ligeramente.

–¿Tanta modestia después de lo que ha pasado? –comentó el burlonamente.

Sin embargo, se volvió de espaldas a ella para dejarla cambiarse.

–¿Quieres que te traiga algo? ¿Un poco de comida? –preguntó acercándose a la cama.

Paula hizo una mueca cuando, al tumbarse, sintió otra náusea.

–No, no, no quiero pensar en comida.

–Pobre cara.

Pedro la cubrió con la ropa de cama y eso, junto con la ternura con la que la había hablado, hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas.

–Por favor, Pedro, no insistas en que me vaya contigo a trabajar un mes en la Toscana –dijo ella con voz tensa–. Debe haber cientos de mujeres deseando acompañarte. Es más, si dejas que me vaya, no te cobraré el último mes. Quiero terminar el libro de recetas de mi abuela y tengo que buscar un fotógrafo para sacar fotos a los platos.

–Eso no será problema. Tengo una amiga en Siena que es fotógrafa. Estoy seguro de que a Ludmila le encantará colaborar en tu libro.

¿Era Ludmila otra de sus amantes? Enfadada, Paula rechazó la idea. Como no parecía encontrar la forma de evitar pasar un mes con Pedro en Italia, lanzó un suspiro.

–¿De qué tienes miedo? –le preguntó Pedro en tono suave.

Perpleja, Paula abrió desmesuradamente los ojos.

–¿Miedo, yo? De nada –mintió ella.

–Yo creo que sí. Creo que te asusta intimar con alguien.

Paula se negó a admitir lo certero de las palabras de él. Entonces, se dió media vuelta hasta tumbarse de costado y se arrebujó en la cama.

–Estoy muy cansada –murmuró ella.

Pedro siguió ahí un momento; después, salió sigilosamente de la habitación.

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