miércoles, 18 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 40

–Que no te pienses que gastarte una fortuna en mí te va a dar el derecho de hacer lo que quieras.

Durante unos segundos, la atmósfera se tornó muy tensa.

–¿Y qué es lo que quiero, según tú?

Paual se cruzó de brazos y respondió:

–Quieres que sea tu amante mientras estamos en la Toscana.

–¿Crees que te he comprado ropa a cambio de sexo? ¿Qué clase de hombre crees que soy? –Pedro lanzó una carcajada llena de reproche–. No, mejor no contestes, has dejado muy claro lo que piensas de mí.

Paula se dió cuenta de que le había ofendido. ¿Le había juzgado mal?

–¿Quieres decir que no ha sido ese el motivo? –preguntó ella con voz incierta, mordiéndose los labios.

Pedro tiró la toalla a la cama y se acercó a ella. Estaba furioso.

–¿Cómo te atreves a cuestionar mi integridad? –dijo furioso–. La única razón por la que he comprado ropa para tí es porque me sabía mal haberte impuesto un viaje así sin darte apenas tiempo para prepararte. También supuse que no debías tener ropa apropiada para el calor que hace aquí en verano. Y como estabas mala y no podías ir de compras, llamé a una boutique en Siena y lo encargué todo.

Pedro le agarró los brazos y tiró de ella hacia sí.

–No estaba tratando de comprar tus favores, Paula. No necesito hacerlo, mia bella.

Al darse cuenta de sus intenciones, Paula intentó apartar el rostro, pero él le agarró la mandíbula y la besó. Fue un beso furioso, de orgullo herido. Y ella se dió cuenta demasiado tarde de que Pedro la había llevado junto a la cama. Y antes de poder protestar, la hizo tumbarse y, al instante, le cubrió el cuerpo con el suyo. Ella contuvo la respiración cuando él le subió la camiseta. Al vestirse después de la ducha, no se había molestado en ponerse sujetador, y se sonrojó bajo la mirada ardiente de él, fija en los duros y erguidos pezones.

–No necesito comprarte nada –dijo Pedro–. Podría poseerte aquí y ahora, cara, sin que tú hicieras nada por impedírmelo –la voz de él endureció–. ¿Cómo has podido pensar que te trataría con tal falta de respeto?

–Lo siento –contestó Paula con voz espesa.

Paula sabía que le debía una explicación, pero nunca le había contado a nadie lo que Javier había hecho, ni siquiera a su madre. Cerró los ojos para contener las lágrimas, sin ser consciente de que Pedro había visto el brillo de una lágrima incipiente en sus pestañas y de que ya no estaba enfadado; por el contrario, se le había encogido el corazón.

–En cierta ocasión, alguien intentó comprarme, intentó obligarme a hacer algo que no podía hacer, algo terrible.

–¿Quieres decir que un tipo ofreció pagarte por acostarte con él? –preguntó Pedro confuso.

–No... no fue eso exactamente.

Al ver que no daba más explicaciones, Pedro se sintió frustrado. ¿Quería que Paula le contara todo? ¿Quería que le explicara por qué había supuesto de él lo peor?

–Es algo relacionado con el galés, ¿Verdad? –aventuró Pedro. Entonces, suspiró mientras le bajaba la camiseta a Paula y le apartaba el cabello del rostro–. Pero me da la impresión de que no quieres hablar de ello.

–A veces es mejor no remover el pasado –Paula le dedicó una temblorosa sonrisa–. Pedro, de verdad que lo siento. La ropa es preciosa y ha sido muy generoso por tu parte, pero... En fin, preferiría ser yo quien pague por mi ropa.

Pedro se puso en pie.

–Hablaremos de ello más tarde. Dime, ¿Has entrado en la cocina?

–Sí –Paula suspiró de alivio al darse cuenta de que Pedro no iba a insistir en que le contara la razón por la que le había acusado injustamente–. Es fantástica. Y el frigorífico está bien abastecido. Podemos pasar varios días sin hacer compra.

–Estupendo. ¿A qué hora vamos a cenar? –preguntó Pedro, utilizando un tono ligero intencionadamente.

–¡Dios mío! Se me ha olvidado meter el pollo en el horno –Paula se levantó de la cama–. Será mejor que lo haga ahora mismo.

Y salió corriendo de la habitación.

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