miércoles, 18 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 36

Unos minutos después, Pedro cruzó las puertas de la verja y se adentró en la explanada de la entrada, donde era más fácil apreciar el trabajo de rehabilitación del antiguo monasterio. Los claustros estaban cerrados con ventanas de cristales arqueadas. En una esquina había un viejo pozo y por toda la explanada había maceteros con lavandas, limoneros, laureles y un sinfín de plantas aromáticas. Los chorros de agua de una fuente era el único sonido que rompía el silencio.

–Mi abuela Sara era muy aficionada a la jardinería –le dijo Pedro después de que ambos salieran del coche al verla fijarse en las plantas–. En la parte de atrás hay un jardín del que estaba muy orgullosa. También hay una piscina y un lago, aunque no te recomiendo que te bañes en el lago. Cuando era pequeño, solía cazar tritones en él.

–Ahora que tu abuela ya no está, ¿Quién cuida todo esto?

–Gente del pueblo. Dos hombres se encargan de los jardines y de los arreglos en general, y dos mujeres vienen periódicamente a limpiar la casa.

Pedro abrió la pesada puerta de roble de la entrada y lanzó un suspiro de placer al tiempo que instaba a Paula a entrar.

–Para mí, este es mi hogar. Tengo intención de venirme a vivir aquí no dentro de mucho.

Paula le lanzó una mirada de sorpresa.

–¿Vivías aquí? Yo creía que te criaste en Inglaterra.

–Nací aquí, cosa que a mi padre no le hizo ninguna gracia. Él quería que su heredero naciera en Inglaterra. Pero a mi madre se le adelantó el parto, cuando estaba visitando a sus padres, y por eso nací en esta casa.

Pedro lanzó una carcajada antes de continuar:

–Al parecer, mi padre le echó en cara a mi madre que hubiera tenido un parto adelantado, dijo que ella lo había forzado para que yo naciera en Italia. Esa es una de tantas cosas en las que nunca estuvieron de acuerdo, como en el idioma que yo debía hablar. Mi padre solo hablaba conmigo en inglés y mi madre fue quien meenseñó el italiano, por eso soy bilingüe.

Pedro hizo una leve pausa y suspiró antes de añadir:

–Fui al colegio en Inglaterra, pero pasaba la mayoría de los veranos con mi abuela –Pedro se encogió de hombros–. Me gusta vivir en Londres, pero me considero más italiano que inglés.

En el vestíbulo, a Paula le llamó la atención una fotografía enmarcada que colgaba de la pared y se acercó. La mujer de la foto era una anciana de cabello blanco y rostro arrugado; pero a pesar de las huellas de que la vida había surcado en sus semblante, este desprendía una serenidad que se reflejaba en los brillantes ojos grises.

–¿Es tu abuela?

A Paula le dió un vuelco el corazón cuando, al girar, descubrió que él se le había acercado y estaba a su lado. Con los ojos fijos en la foto, contestó:

–Sí, es Sara unos meses antes de morir.

La emoción se le agarró a la garganta. En el pasado, lo primero que hacía al llegar a esa casa era ir corriendo a ver a su abuela. Sentía enormemente su pérdida y, curiosamente, aunque nunca había ido allí con una amante, le pesó que Paula no hubiera conocido a Sara. En cierto modo, le recordaba a su abuela.

Al igual que Sara, Paula era muy independiente y, por lo que sabía de ella, sumamente fiel a los allegados. Por el modo como hablaba, se había dado cuenta de que Paula debía querer mucho a su familia. Al bajar la mirada y clavar los ojos en ella, por primera vez fue consciente de su corta estatura. El día de la fiesta, llevaba tacones altos, por lo que no había notado la diferencia de altura. Pero ahora que ella llevaba zapato bajo le sobrecogió un súbito deseo de protegerla.

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