viernes, 13 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 27

Una suave luz dorada iluminaba la estancia cuando Pedro se despertó y se dió cuenta de que Paula no estaba a su lado. Se sentó en el sofá. Las luces estaban apagadas y la luz solar se filtraba a través de las cortinas. Bajó la mirada y vio que ella le había cubierto con una manta de lana. Le enterneció el gesto. No era ternura lo que buscaba en sus amantes, pero reconoció que ella tenía muy poco que ver con las mujeres con las que tenía relaciones amorosas. Y ahora, a la luz del día, se preguntó si no habría sido una locura acostarse con ella. Se puso los pantalones, no se molestó en ponerse la camisa y salió del cuarto de estar en busca de ella. Al oír ruido de cacharros en la cocina, se detuvo delante de la puerta, la abrió y respiró el aroma de café recién hecho.

–Buenos días. El café ya está listo, estaba a punto de empezar a preparar el desayuno. ¿Cómo quieres los huevos?

A Pedro le sorprendió que Paula le hablara como de costumbre, como lo hacía todas las mañanas. Sin embargo, notó que el tono de voz de ella era quizá demasiado jovial; y aunque Paula se volvió de espaldas rápidamente, a él le dió tiempo a notar el rojo de sus mejillas. Recordó las mejillas encendidas de ella la noche anterior, sus labios entreabiertos, los gritos de placer durante el orgasmo... Pero ahora, ese rubor era lo único que le recordaba a la mujer de la noche anterior. Porque, al igual que Cenicienta, Paula estaba otra vez en la cocina vestida con una ropa que no le favorecía en lo más mínimo. Pasó la mirada por los pantalones sueltos negros y la voluminosa camisa polo blanca que ocultaba su curvilínea figura. Desconcertado por el hecho de que ella se estuviera comportando como si no hubiera pasado nada entre los dos, murmuró:

–No tengo hambre, cara. Al menos, lo que me apetece no es la comida.

Entonces, Pedro se acercó a ella, que estaba delante del mostrador de la cocina, y le rodeó la cintura con los brazos. Y le sorprendió notar que todos los músculos de ella se ponían en tensión. Le besó la nuca, desnuda, como siempre, ya que Paula se había recogido el pelo.

–No tienes por qué sentir vergüenza. Los dos lo pasamos bien anoche, ¿No?

Paula se mordió los labios. Pasarlo bien no describía el increíble placer que había sentido al hacer el amor con Pedro. Pero, aunque él había dicho que lo había pasado bien, ella suponía que, para él, lo de la noche anterior no había sido nada especial. Ella no era más que otra mujer con quien se había acostado. Contuvo la respiración cuando él le acarició la nuca con los labios, cuando le mordisqueó el lóbulo de la oreja... El placer la hizo temblar y tuvo que resistir la tentación de darse la vuelta, entregarse a él y volver a hacer el amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario