lunes, 16 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 33

Se marcharon a Italia dos días después. Paula aún tenía el estómago delicado y había temido pasarlo mal en el aeropuerto las dos horas de rigor antes de un vuelo comercial. Por eso, enterarse de que iban a volar en el avión privado de Pedro había sido una agradable sorpresa.

–No puedo creer que tengas un avión –dijo ella una vez hubieron embarcado.

Paula paseó la mirada por los sofás de cuero, el televisor de pantalla grande y el mueble bar de madera de nogal. El interior del avión parecía un pequeño y lujoso cuarto de estar.

–Es el avión de la familia –explicó Pedro sentándose al lado de ella–. Mi padre lo utiliza sobre todo para ir de la casa en Norfolk al palacete en el sur de Francia. Tiene una amante en cada sitio y reparte su tiempo entre las dos.

No era difícil ver a quién había salido Pedro.

–¿Cuántos años tenías cuando tus padres se divorciaron?

–Nueve cuando se divorciaron, pero nunca los ví  bien juntos. Se llevan fatal, no paran de discutir. Nunca comprendí por qué se casaron. Afortunadamente, me enviaron interno a un colegio y logré librarme de la tensión en casa.

Paula pensó en la casa de su familia, una casa ruidosa, llena de gente, una casa alegre. Sus padres se adoraban y eso les había favorecido a todos.

–¿Ni tu padre ni tu madre volvieron a casarse?

–Mi padre lo hizo dos veces, ambas le costaron mucho dinero; al final, se dió cuenta de que el matrimonio era un timo. Yo me he encargado de que sus amantes, Barbara y Elena, no sufran calamidades si él muere antes que ellas, pero también de que no nos quiten nada más.

–¿Y tu madre? –preguntó ella con curiosidad.

–Está en su cuarto matrimonio. Suelen durarle unos seis años – contestó él sarcásticamente.

–Con unos padres así, no me extraña que pienses tan mal del matrimonio.

–No pienso mal, soy realista –argumentó Pedro.

Y su opinión sobre el matrimonio no estaba condicionada exclusivamente por la relación entre sus padres, pensó Pedro. Inexplicablemente, tuvo la tentación de hablarle de Lara a Paula, de contarle que su esposa le había engañado, le había traicionado y se había reído de él. Pero ¿para qué? No le importaba lo que ella pensara de él. Solo la llevaba a la Toscana por dos motivos: era una cocinera fantástica y una amante extraordinaria. Tenía ganas de pasar el mes con ella. Pero cuando el mes acabara y se hubiera aburrido de ella, como le ocurría siempre, cada uno se iría por su camino.

–Tu madre todavía canta, ¿No? –preguntó Paula–. He oído que a Ana Zolezzi se la considera una de las mejores sopranos de todos los tiempos. ¿Va a estar en tu casa en la Toscana?

–No. Mi madre vive en Roma, pero me parece que ahora está de gira –Dante se encogió de hombros–. La verdad es que casi no la veo.

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