viernes, 27 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 53

Los calurosos días estivales de la Toscana fueron transcurriendo inexorablemente. Paula se angustiaba cada vez que contaba los días y las noches que le quedaban de estar con Pedro. Era mejor no pensar, era mejor limitarse a disfrutar la amistad y el compañerismo que había surgido entre los dos. Pedro seguía deseándola como al principio y hacían el amor todas las noches con pasión.

–Bien, ya he tomado suficientes fotos –dijo Ludmila, sacando a Paula de su ensimismamiento–. ¿Podemos comer ya? Ver y oler esta comida me ha dado un hambre de muerte.

Paula se echó a reír.

–Vamos a esperar a que Pedro y Rafael terminen la partida de tenis, ¿Te parece? Y por lo en serio que se toman sus partidos, supongo que tendrán apetito suficiente para un guiso galés.

–¿Cómo es el guiso galés? –preguntó Ludmila mientras guardaba la cámara y el trípode.

–Es un estofado a base de cordero, puerros y algunos tubérculos. Tradicionalmente se cocinaba en unos pucheros de hierro en una hoguera, pero ahora se hace en un cacharro en el horno.

Paula sacó los platos y los cubiertos y, agarrándolos, preguntó:

–¿Te parece que comamos en la terraza? La pérgola nos protege del sol, así que no hay peligro de quemarnos.

Paula siguió a Ludmila afuera. A pesar del calor y el sol, la parra y una buganvilla proporcionaban una fresca sombra.

–Me parece increíble que ya solo falten las fotos de dos recetas para terminar el libro –comentó Paula sentándose en una silla–. Es sorprendente lo que hemos avanzado en solo tres semanas.

–Y también lo es que la editorial te haya ofrecido un contrato después de que les enviaras tan solo una parte de las recetas –Ludmila sonrió–. Estoy deseando que se publique el libro.

–Y yo me muero de ganas de enseñárselo a mi abuela –Paula entristeció al pensar en su abuela, su madre le había dicho que cada día estaba más débil.

Solo faltaba una semana para que el mes acabara y ella volviera a Inglaterra y fuera a Gales a visitar a su familia. Sintió la típica punzada de dolor que sentía cada vez que pensaba en marcharse de Casa di Colombe. Adoraba esa casa y también a Pedro, de quien se había enamorado a pesar de todo. Estaba obsesionada y él tenía la culpa, pensó disgustada. Se le aceleró el pulso al verlo, que, acompañado de Rafael, el marido de Ludmila, se acercaba a la mesa. Los dos hombres estaban muy morenos y eran guapos, pero la altura de Pedro y su porte le hacían destacar.

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