lunes, 16 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 34

–¿Y con tu padre... están unidos?

–No, en absoluto. Almorzamos juntos tres o cuatro veces al año. Pero la verdad es que he vivido separado de ellos prácticamente desde que tenía ocho años. Yo estaba interno en el colegio, mi madre estaba siempre de gira y mi padre ocupado con sus cosas.

–A mí me resulta impensable tener una familia así, la mía siempre ha estado muy unida –Paula pensó en sus padres, en la granja, y una profunda nostalgia la invadió–. Me encanta saber que, pase lo que pase, tenga los problemas que tenga, siempre puedo contar con la ayuda de mi familia.

Paula se interrumpió, lo miró y añadió:

–Cuando tienes problemas, ¿A quién acudes?

Pedro le lanzó una mirada interrogante.

–Yo no tengo problemas. Y si los tuviera, me encargaría de ellos yo mismo. Ya soy un adulto, tengo treinta y seis años –declaró Pedro en tono de sorna.

–Todo el mundo necesita a alguien –insistió ella con obstinación.

A la mente de Pedro acudió la imagen de su abuela. Su abuela Sara le había consolado en los momentos más difíciles de su vida, cuando Lara le abandonó y lo único que él quería era olvidarse de todo con el alcohol. Pero de eso ya hacía mucho tiempo, nunca volvería a permitir que alguien pudiera volver a hacerle daño.

–Yo no necesito a nadie, deja de analizarme.

Entonces, Pedro alzó una mano, le quitó el pasador que le sujetaba el cabello y sonrió traviesamente cuando ella le lanzó una furibunda mirada.

–Déjatelo suelto –dijo él cuando Paula comenzó a recogérselo otra vez–. Estás muy sexy con el pelo suelto.

Era encantadora, pensó Pedro. Tenía algo, quizá fuera ternura, que le llegaba a lo más profundo de su ser. Le había hablado de su infancia y le había dicho cosas que nunca le había contado a nadie. Pero la clase de mujeres con las que solía salir no tenían ningún interés en él como persona, solo les importaba su estatus. Incapaz de reprimirse, se inclinó hacia ella y la besó.

No debía reaccionar, pensó Paula mientras Pedro le acariciaba los labios con los suyos para luego introducirle la lengua en la boca. Sabía que debía mantener las distancias con él, asegurarse de que su relación era estrictamente profesional. Pero la dulce seducción de ese beso se burló de sus buenas intenciones. Y ahora, después de que le hubiera hablado de su infeliz infancia, había vislumbrado en él una vulnerabilidad que Pedro trataba de disimular proyectando una personalidad arrogante y cínica. Y eso hacía que a ella le resultara imposible resistirse.

–Háblame de tus abuelos –dijo Paula con voz ronca cuando Pedro, por fin, interrumpió el beso–. Me encanta eso que me contaste de que tu abuela terminó la casa después de que tu abuelo muriera. Debía haberle querido mucho.

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