lunes, 30 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 57

Y tras esas palabras Pedro había dado por zanjado el asunto. Y aquella noche, por primera vez desde que estaban en Toscana, él no le hizo el amor. Se había tumbado, de costado, alegando en tono frío que estaba cansado y que suponía que ella también lo estaba. Quizá ya se estuviera cansando de ella, pensó Paula tristemente entrando en la casa después de colgar la ropa. Posiblemente Pedro se alegraba de que, en pocos días, volverían a Inglaterra, mientras que a ella le aterrorizaba que llegara ese momento. Se alegró cuando Pedro le pidió que ordenase la habitación de su abuela. Teniendo algo en que ocuparse le evitaría recordar que pronto llegaría el sábado, el día que se marchaban de allí. Nadie había tocado los objetos personales de Perlita desde su muerte, y le había pedido que vaciara los armarios y metiera la ropa en cajas con el fin de donarlas.

Pedro entró en la habitación cuando ella estaba sacando unas cajas que había debajo de la cama. En una de ellas había cortinas viejas, pero el contenido de una segunda caja le sorprendió.

–Aquí hay ropa de niño –dijo ella con sorpresa–. Ropa de niño muy pequeño, a juzgar por el tamaño. Y las prendas son azules, así que supongo que sería niño. Ah, y también una foto de un niño...

Paula fue a agarrar la foto, pero Pedro se le adelantó.

–No toques nada de esa caja –dijo Pedro en tono autoritario y brusco–. Ciérrala y déjala. Pensándolo mejor, quiero que salgas de esta habitación. Yo me encargaré de las cosas de mi abuela.

–¡Por mí, encantada!

Sumamente irritada por el tono de voz empleado por Pedro, Paula se puso en pie, dispuesta a marcharse. Pero, al mirarlo, vio una intensa agonía en su expresión. Y se quedó perpleja cuando, de repente, Pedro se arrodilló delante de la caja y de ella sacó un osito de peluche.

–El osito Teddy –murmuró, como si se hubiera olvidado de que ella seguía allí–. No tenía ni idea de que la abuela tuviera guardadas las cosas de Lucas.

Paula sabía que debía salir de la habitación y dejarlo solo. En una ocasión, él le había dicho que no necesitaba a nadie, pero ella no le creía. Estaba segura de que Pedro sufría y, sin pensarlo, le puso las manos en los hombros.

–¿Quién... quién es Lucas?

–Déjalo, no tiene importancia –Pedro encogió los hombros para zafarse de las manos de ella, dejó el oso de peluche en la caja, la cerró y se puso en pie–. No es asunto tuyo.

Pedro se la quedó mirando, sus ojos ya no mostraban sufrimiento, sino dureza y resolución.

–Había venido para decirte que he oído que sonaba tu teléfono móvil. Será mejor que vayas a ver quién te ha llamado –añadió Pedro.

Paula salió de la habitación camino de la cocina, donde había dejado el móvil. No podía evitar sentirse dolida con Pedro, que se había negado a revelarle la identidad del misterioso niño. Era evidente que los objetos de esa caja habían tenido un valor sentimental para la abuela. Quizá, años atrás, Sara había perdido a un hijo. Pero no, no creía que pudiera ser eso ya que el tejido de la ropa era moderno y el oso también.

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