lunes, 16 de septiembre de 2019

Deseo: Capítulo 31

Cuando Pedro, por fin, la soltó, ella se lo quedó mirando sin saber qué decir.

–Una cosa ha quedado clara, ¿No te parece? –declaró Pedro sin compasión, ignorando el sentimiento de culpa que le asaltó al ver aflicción en el rostro de Paula–. Un consejo: si no quieres que te bese, dilo como si fuera verdad. De lo contrario, el mes que vamos a pasar en la Toscana va a ser muy aburrido.

–¿La Toscana? –repitió Paula con voz temblorosa.

–En tu contrato dice que puede que tengas que acompañarme a Italia como cocinera en mi casa cerca de Siena. Voy a pasar el mes de julio allí, y requeriré tus servicios.

–No quiero ir contigo. No puedes obligarme a ir contigo –declaró ella con furia.

Pedro encogió los hombros.

–No, es verdad, no puedo obligarte. Pero si te niegas a acompañarme, puedo hacer que te resulte muy difícil encontrar un trabajo, como te he dicho hace poco.


¿Cómo había podido creer que él también tenía sus debilidades? La ternura que había creído sentir en él había sido producto de su imaginación, no podía tratarse de otra cosa. Pedro no sentía nada por nadie. Su arrogancia era insufrible, y lo que ella deseaba más en el mundo era poder mandarle al infierno. Pero no tenía más remedio que respetar los términos del contrato. Si quería encontrar trabajo, debía acompañarle a la Toscana, reconoció ella con pesar. No quería que le estropeara el posible trabajo en el restaurante de Fernando Clavier en Santa Lucía. Paula alzó la barbilla y dijo con fría dignidad:

–Muy bien, trabajaré de cocinera un mes en la Toscana. Pero quiero que te quede claro que voy a ir única y exclusivamente como tu cocinera, nada más.

–¿En serio?

Pedro alargó una mano y le acarició una hebra de cabello, pero el brillo depredador de los ojos de él la hizo temblar. Antes de que Paula se diera cuenta de lo que iba a hacer,  le agarró el bajo de la camisa y se la sacó por la cabeza.

–¡Cómo te atreves! –furiosa, levantó la mano para darle una bofetada, pero él le agarró la muñeca, impidiéndoselo.

–Eres preciosa.

La grave voz de Pedro le erizó la piel. Vió el rojo de las mejillas de él y se dió cuenta de que a él  le ocurría lo mismo que a ella, que tampoco podía controlar la situación. Y eso la hizo sentirse mejor, la hizo avergonzarse menos de lo mucho que él le gustaba. Porque aunque se maldecía a sí misma por ser tan débil, no podía negar que anhelaba hacer el amor con él otra vez. Pedro le acarició los pezones hasta que se irguieron endurecidos.

–Deja de protestar, mia bellezza, y deja que te haga el amor – murmuró Pedro acariciándole la piel con el aliento.

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