viernes, 30 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 70

—Desearía que no hubieras dicho eso. Hay un par de personas que tienen la mala costumbre de aparecer… en cualquier parte.

—¡No te referirás a Bruno y Martina! —exclamó Pedro.

—Aunque te parezca extraño, a ellos me refiero.

—Entonces no te preocupes. Adrián está dándoles una vuelta en la avioneta a todos los chicos.

Paula se volvió hacia él, con los ojos llenos de amor.

—¡Eres un canalla, Pedro Alfonso! Dudo que tengas la intención de llevarme a comer sana y salva.

—Puede que no, pero sabes lo impaciente que soy.

—¿Entonces siempre hay que complacerte? —la muchacha se levantó y lo miró desafiante—. ¡Apuesto a que te gano!

—Sabía que serías así —dijo él, con la respiración alterada.

Habían estado jugueteando en el agua, salpicándose, para terminar uno en brazos del otro hambrientos de deseo.

—¿Cómo?

—De piel muy clara y suave —contestó, apartándola un poco para poder contemplar aquel cuerpo brillante. Sus senos pequeños y firmes, la suave curvatura de su vientre y el triángulo de rizos oscuros en su base, donde comenzaban sus piernas largas—. Exquisitamente femenina bajo el exterior sencillo y natural…

—Tengo que decirte, Pedro, que me siento muy femenina cuando me miras de ese modo. También tengo que confesarte que siempre supe que bajo tus ropas se escondía una especie de Adonis.

—Me llevas ventaja, Paula. Como siempre.

—No lo sabía —murmuró ella, acariciando los hombros y el pecho masculinos. Él acarició sus nalgas—. Pero también recuerdo esto —agregó, subiendo los brazos por encima de la cabeza—. Porque era maravilloso sentir que tus manos bajaban por mi cuerpo. Y entonces estaba vestida.

Pedro la acarició.

—No hace falta que te diga lo que provoca en mí.

—¡Oh, Pedro! —gimió ella, mientras él la sacaba del río en volandas para tumbarla sobre la manta.

Y aquel gemido fue repetido por Paula varias veces más con diferentes tonos y diferente significado. Deseo, infinito gozo o súplica, placer casi insoportable y, finalmente, puro éxtasis. Se quedaron en silencio durante unos minutos cuando todo acabó. Paula seguía temblando, por la intensidad del acto amoroso.

—¿Estás bien? —preguntó él, finalmente.

—No.

Pedro la miró preocupado. Ella tocó la cicatriz que él tenía en la sien.

—La verdad es que estoy mejor que nunca, pero un poco aturdida.

Pedro enterró la cabeza entre los senos de ella. Luego besó sus labios.

—El sentimiento es mutuo.

—¿Cómo vamos a… poder hablar con alguien ahora?

—Con mucha dificultad si te refieres a lo que creo. ¿Quieres decir que cómo vamos a ser capaces de apartar nuestros pensamientos de lo que acaba de pasar?

Ella se aclaró la garganta y se apretó contra él.

—Sí.

—Podemos dejarles una nota —sugirió Pedro.

Ambos se miraron y sonrieron, pero sus sonrisas murieron inmediatamente y a la vez.

—¿Qué te parece si se lo contamos todo, hacemos algunos preparativos y nos marchamos?

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