miércoles, 21 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 47

—Sí que importa —aseguró—. Sólo he jugado como pasatiempo y lo dejé hace varios años. Nunca me gustó ese mundo, si es a lo que te refieres, sino la técnica y el manejo del caballo.

—No me importa lo que te gustara.

—Pero tú has sido quien ha sacado el tema y lo has hecho con evidente disgusto. En cuanto a lo de besarnos hace unos días hasta un punto en que habría sido fácil continuar hasta el final, ¿Por qué lo hiciste, Paula?

—No sabía que tenías prometida, ¿Recuerdas? —afirmó, con ironía.

—¿Y estabas un poco enamorada de mí, Paula Chaves?

—Hablando de estar enamorado, creí que tú estabas enamorado de tí y necesitabas algún aliciente, Pedro.

—De acuerdo —dijo enfadado—. Hazme una propuesta, Paula.

—¿Qué quieres decir?

—Tu tío está ofreciendo venderme Wattle Creek, que es una entidad bajo un único título. Tu parte, el treinta por ciento creo, no es de la propiedad actual, sino de la compañía familiar constituida para operar el rancho. Y eso no es suficiente para bloquear la venta.

«¿Por qué demonios no he pensado en ello?», pensó Paula con amargura. «Porque hasta ayer noche nunca se me ocurrió que podría pasar algo así».

—Entonces mi propuesta es ésta: que esperes a que mi tío se opere para aceptar la oferta.

—No hay problema —dijo educadamente—. Ya había decidido hacerlo así. Por lo menos, no firmaremos el contrato hasta entonces. Pero dí a tu tío mi palabra de no cambiar de opinión si él tampoco cambiaba.

Paula dió un suspiro de alivio y sintió renacer la esperanza por primera vez después de enterarse de todo la noche anterior. Pero él pareció leer en sus ojos porque una sonrisa apareció en sus labios.

—Las cosas no cambiarán, sin embargo.

—Lo veremos.

Paula miró a su alrededor y luchó por reprimir las lágrimas que amenazaban estallar en sus ojos.

—Hay un modo menos doloroso de hacer todo esto, Paula.

—¿Sí?

—Me alegraría que tú y tu tío se quedarán en la casa. Naturalmente, pondré un encargado, pero él tendrá su propia casa. Vosotros os marcharéis cuando hayáis reajustado lo necesario.

—Creo que eso me molestaría mucho más —contestó ella, mirándolo con disgusto evidente.

Él le devolvió la mirada fría.

—¿Te sentirías vigilada por mí o algo parecido?

—Lo has adivinado, Pedro. Pero es algo que nunca permitiré.

—Por otro lado, creo que me gustaría bastante —musitó.

La muchacha alzó la tarta como si fuera a tirársela, pero en el último momento la sensatez venció y se quedó mirando sencillamente sus ojos azules llenos de ironía. Pero el esfuerzo por mantener la compostura la obligó a darse la vuelta para esconder las lágrimas de rabia que se negaban a ser reprimidas por más tiempo. Él se puso a su lado y, sin una palabra, le ofreció un pañuelo. Ella iba a decir algo, pero no pudo y, con un gemido, se limpié los ojos y la nariz.

—No suelo llorar normalmente —dijo con amargura—, pero ha sido una impresión muy fuerte.

—Te creo. Y creo que habría sido peor si lo hubieras sabido por mí.

—No lo sé. De todas maneras, prefiero que te vayas con tu prometida.

—¿Sabes? Creo que deberías reflexionar acerca de por qué la idea de que tenga prometida te molesta tanto, Paula.

Ella empezó a decir algo, pero enseguida vió la trampa y se detuvo bruscamente.

—Sí, así que te dejaré que lo pienses. Mientras tanto, podemos hablar de otra cosa. Creo que la operación será en el hospital John Flynn, en Gold Coast, ¿Verdad?

No hay comentarios:

Publicar un comentario