miércoles, 14 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 34

—¡Adelante! —contestó, de un modo inconsciente, creyendo que sería Jack o alguien de la hacienda y colocándose el lapicero sobre la oreja. Pero era Pedro.

Pedro, que llevaba una bandeja con una cafetera y unas tazas. Ella lo miró cautelosamente, sin decir nada.

—Vengo a disculparme —dijo él, en un tono tranquilo, dejando la bandeja sobre la mesa.

—Yo… —comenzó a decir ella, mirándolos a él y a la bandeja alternativamente—. Creía que tú no tomabas café…

—Me hice un chocolate. Pero a tí te he hecho café. Encontré un paquete en la nevera y seguí las instrucciones. Espero que haya salido bien, dada mi inexperiencia haciendo café. Supongo que ahora sale por aquí —dijo, señalando la boca de la cafetera.

—Eres imposible.

—¿Por que quiero disculparme? Pensé que sería al contrario —bromeó él, sonriendo.

—No. Porque… No sé, a veces me haces sentir insegura.

—Pensé que ibas a decir que era porque a veces puedo resultar encantador.

—Todavía no he olvidado lo que me has dicho —dijo ella.

Él le sirvió el café y le alcanzó la taza.

—Supongo que lo que sucedió fue que acertaste conmigo y me sentí dolido. Quiero decir, que lo que dijiste era verdad, pero nadie me había hablado así.

—Pues parece que no te ha afectado mucho —dijo ella, en un tono seco.

—¿Qué quieres, que me suicide? —dijo él, sonriendo.

—No, pero no esperes que yo lo haga tampoco.

—De acuerdo —dijo él, después de quedarse pensando un momento—. Muy bien, pero es que conseguiste enfadarme de veras. ¿Puedes entenderlo?

—Sí —contestó ella, recordando que tenía el lapicero sobre la oreja y quitándoselo de allí.

—¿Qué… quieres decir con eso? —preguntó él, observando el boceto.

Paula dió un sorbo a su café.

—No sé, lo pinté compulsivamente.

—Ya veo.

—¿Lo quieres? —preguntó ella, sin saber muy bien lo que hacía.

—¿Como un recuerdo de Wattle Creek para cuando me vaya de aquí para siempre?

Ella se movió inquieta, sentándose finalmente en un taburete. Él se sentó en el otro a su lado.

—¿Paula?

—Estaba pensando… —se encogió de hombros—. En que Bonnie se ha encariñado mucho contigo.

—Pues preferiría que no se hubiera encariñado tanto… si es que piensas utilizar eso también contra mí.

Paula hizo una mueca, aunque no dijo nada.

—¿Qué estaba diciendo? —Pedro frunció el ceño—. Ah, sí. Te decía que fui un poco cruel debido a que me había enfadado bastante.

—Creo que sí que fuiste cruel.

—Ya te he dicho que lo siento.

—Bueno, la verdad es que yo me considero una persona independiente, pero no creo que sea dominante.

Sus miradas se encontraron.

—¿Me concedes una tregua? —preguntó él.

Ella abrió los labios.

—Quiero decir que podemos irnos a dormir. Creo que nos lo merecemos, ¿No te parece?

—¿Y ya está?

—Sí, ¿Qué más quieres hacer?

—Bueno, hay que recoger los platos sucios y todo eso.

—No sé que será «todo eso», pero los platos ya están recogidos.

—Te lo agradezco mucho —dijo ella, sonriendo.

Él le pasó el brazo por encima de los hombros y, después de tensarse por un instante, ella se relajó.

—¿Amigos? —preguntó él.

—Sí. Bueno…

—No digas nada —advirtió él—. Te he entendido. Vete a la cama, Paula Chaves. Ha sido un día muy largo —apartó el brazo de ella.

—Ya estás dándome órdenes de nuevo.

—Puede ser que sepa mejor que tú lo que te conviene —dijo él, burlándose.

Paula sintió el deseo de tomar el rostro de él entre sus manos y besarlo, pero lo contuvo.

—O quizá sea que te guste demasiado hablar, Pedro Alonso. Buenas noches. Esperemos que esta noche sea más tranquila que la de ayer.

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