miércoles, 28 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 64

Ella asintió.

—Bueno, de ese modo, ganas algo y pierdes algo —murmuró él, con tono de ironía—. ¿Vamos a hacer la cena? Las gambas estaban deliciosas.

Comieron fuera, en la terraza. Él estuvo hablando de sus negocios en Argentina y de su vida en general.

—¿Vives en Charleville? —preguntó ella.

—Allí está situada la división de la compañía de Queensland. Tenemos una propiedad allí y también un edificio de oficinas, pero yo paso mucho tiempo en Brisbane, Sydney y Melbourne.

—Pero ¿Dónde está tu casa?

—Pues la verdad es que en ningún sitio —admitió él—. Tengo un par de departamentos y esta casa.

—¿Y el hogar donde te criaste?

—Me crié en diferentes sitios —comentó con humor—. Creo que de ahí viene mi carácter algo ecléctico.

—O sea, que tus posesiones son interiores…

—En su mayor parte, sí —concedió él—. Tu tío me dijo que tú fuiste muy buena estudiante.

Él arqueó una ceja y luego sonrió burlonamente.

—Y eso también vale para mí. Siendo tan educado, tan bien hablado, con tan buena presencia… Incluso tengo buena dentadura.

Ella se echó a reír a pesar de que en su interior estaba creciendo cierta inquietud. Pero él no parecía darse cuenta de ello y seguía tratando de divertirle de ese modo tan encantador que tenía de hacerlo. Recogieron juntos la cocina y, cuando terminaron, ella se quedó parada sin saber cómo iba a darle las buenas noches. Pero él lo hizo por ella.

—Bueno, creo que tendremos que irnos a la cama. Buenas noches, Pau Chaves. Sólo una cosa antes de que te vayas.

Ella lo miró. Estaban a medio metro de distancia y él estaba apoyado sobre la mesa de la cocina con los brazos cruzados sobre su camiseta negra. Se humedeció los labios.

—¿El qué?

—Sé que ahora lo único que te preocupa es que tu tío se recupere.

—Bueno —comenzó a decir, apartándose el flequillo de la frente—, creo que podré superarlo.

Él se detuvo y recorrió el vestido de ella con sus ojos azules.

—De todos modos, si necesitas ayuda, sólo tienes que pedirla, Paula.

—Gracias, pero estoy bien. Buenas noches —dijo con voz tranquila. Y luego salió de la cocina.

Pero ella lamentó tener que dormir sola en la habitación de color azul, porque sabía que no podría olvidarse de Pedro, tanto si era un mujeriego como si no. Había demasiados recuerdos que la obsesionaban: Pedro y Bonnie, el río, la casa en la que estaban, el baño que se habían dado… Y por encima de todo, esas palabras que él había dicho: «de ese modo, ganas algo y pierdes algo». Él se había marchado cuando Paula se levantó a la mañana siguiente. Había una nota en la nevera fijada con un imán, pero en ella no se disculpaba por su partida. Sólo decía que podía disponer de la casa todo el tiempo que necesitara y le daba un número de teléfono para que avisara a Adrián cuando quisiera volar de vuelta a Wattle Creek. Ella arrancó la nota de la puerta de la nevera y la leyó a través de las lágrimas. Sólo había un guiño personal hacia ella. Él había firmado como Pedro Alonso. Ella se disponía a arrugarla y tirarla a la basura cuando algo hizo que se arrepintiera. Luego se encontró a sí mismo haciendo algo muy extraño. Se acercó la nota a los labios y la besó gentilmente. Después se encogió de hombros y la rompió. Finalmente, Paula se acordó de que tenía que llamar al hospital.

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