miércoles, 14 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 31

—¡Oh!

—¿Puedo? —dijo, señalando la nevera.

—Por supuesto.

Agarró una cerveza y la abrió, pero al contrario que Juan, que la había tomado directamente de la botella, él sacó un vaso alto del armario y se sirvió en él el líquido de color ámbar. Después se sentó y levantó el vaso hacia ella.

—Salud.

—Salud. Me había olvidado de tu traje.

—También yo. La verdad es que ahora me siento mejor —dijo, dando un buen trago de cerveza.

—Juan me ha dicho que le parecía un milagro que consiguieras aterrizar allí.

Él se encogió de hombros.

—Sí, creo que tuve suerte.

—¿Qué harás con el avión?

—Pues es complicado. Incluso si se consiguiera arreglarlo, sería difícil despegar en ese terreno, así que creo que tendrá que ser remolcado por un camión. Pero ahora prefiero no pensar en eso.

Ella se quedó en silencio unos instantes. Luego se levantó para comprobar los espaguetis.

—Cuéntame algo más sobre esa compaiía ganadera para la que trabajas. ¿Por qué crees que no han mandado un helicóptero para rescatarte, Pepe? —le preguntó, mientras escurría los espaguetis y añadía la salsa.

—Han debido de pensar que yo estoy a salvo aquí y habrán decidido reservar el helicóptero para alguna emergencia. Imagino que con todo el agua que ha caído, debe de haber gente que necesita ese helicóptero mucho más que yo.

Paula asintió, dándose cuenta de que seguramente él estaba en lo cierto.

—Supongo que es así. Bueno, aquí está la cena —Paula sirvió la fuente de espaguetis a la boloñesa—. Por cierto, ¿Cómo se llama tu empresa?

—No creo que te suene, es nueva en el sector.

—Aún así, me gustaría saber… —se detuvo, al oír sonar el teléfono. Era su tío, que llamaba desde Tokio.

—¡Tío Arturo! —exclamó, muy contenta.

Durante los siguientes cinco minutos informó minuciosamente a su tío del estado de Wattle Creek, tomó unas pocas notas y le aseguró que no se le ocurriera regresar, ya que aunque volviera a llover, ella y Juan podrían arreglarlo todo sin él. Sin embargo, cuando colgó el teléfono, parecía enfadada consigo misma.

—Me olvidé de hablarle de tí.

—Ya me he dado cuenta. ¿Qué piensas que te habría aconsejado hacer?

—Atarte…

—Estás de broma —le lanzó una mirada cómica.

—Hasta que él pudiera inspeccionarte adecuadamente, comprobar tus antecedentes, tu cuenta bancaria, el estado de tus dientes, etcétera.

—¿Estás insinuando que tiene la costumbre de investigar a cualquier posible pretendiente que se cruce en tu camino? —preguntó él, enrollando unos pocos espaguetis en su tenedor.

—Tampoco es eso, pero digamos que no es muy sutil a la hora de decirme que un hombre le parece adecuado para mí.

—Bueno, eso puede resultar algo incómodo.

—Oh, ya estoy acostumbrada.

—Entonces… ¿Vas a hacerlo?

Ella se echó hacia atrás en la silla y lo observó detenidamente.

—¿Atarte? No, tengo la impresión que sería como tratar de atrapar el viento.

—¿Y esa impresión es el resultado de algo que hayas estado pensando en la últimas horas?

Ella arqueó un ceja, jugando con su vaso de vino.

—No, es sólo un presentimiento. No es una conclusión que haya podido sacar de los pocos datos que sé sobre tí. Digamos que es simple intuición, Pepe.

—Pues no me gusta que digas eso, en cualquier caso —murmuró él, apartando el plato—. Muchas gracias, los espaguetis estaban muy ricos.

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