lunes, 26 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 58

Salieron juntos a la arena y momentos después estaban en el agua.

—¡Es casi tan fantástico como en el río Wattle! —gritó él, sobre la superficie del agua.

Luego se alejó nadando hacia donde rompían las olas. Ella lo siguió.

—Nadas muy bien para ser una mujer crecida en el interior.

—El internado donde estuve cuidó de ello —la muchacha se sumergió bajo el agua y salió, poniéndose boca arriba—. También me enseñaron a jugar al tenis.

—Eso sería interesante.

—¿El qué? —preguntó ella, mientras movía suavemente los brazos para mantenerse a flote.

—Yo juego un poco al tenis.

—Ya me imagino. Así que juegas al tenis, al polo… ¿Qué otras cosas sabes hacer?

—También sé jugar al golf, pero no se me da muy bien. No se adecua a mi personalidad.

—¿Por qué no?

Pero se puso a su lado y sus ojos eran tan azules como el mar que había debajo de ellos. Sus pestañas estaban igual de húmedas.

—Tratar de meter una bola pequeña en un agujero durante horas me pone nervioso.

—¿Y qué me dices de la pelota del polo?

—Eso no es una pelota, es un puck.

—Lo siento. ¿Y las de tenis?

—Son más grandes y haces ejercicio corriendo para darles. Eso te ayuda a calmarte.

—¿Me estás diciendo que eres demasiado impaciente para el golf? —insistió ella, con una sonrisa.

—La paciencia no es una de mis virtudes.

Ella se echó a reír, se sumergió y apareció en la superficie de nuevo.

—¿Crees que es gracioso?

—Sí —confesó ella—. Bueno, a mí me resulta gracioso. Te imagino en un curso de golf comportándote mal y luego haciendo reír a todos con tu torpeza.

—Eso no es muy agradable, Paula.

—No me digas que no sabes cómo hacer reír a la gente. No me contestes —dijo, con una mueca—. Apuesto a que te gano hasta la playa —dijo, comenzando a nadar velozmente hacia la orilla.

Pedro se dió la vuelta y vió que detrás suyo se estaba formando una gran ola. Dió una brazada larga y al salir de nuevo, nadó hacia la playa. Se quedaron tumbados uno al lado del otro en la orilla. Él de espaldas, ella apoyada sobre los codos, mientras recuperaban fuerzas y el agua les mojaba suavemente las piernas.

—¿No estás cansado?

—Pude dormir un par de horas… con el teléfono a mi lado.

—Supongo que eres de esa clase de personas que no necesita dormir mucho tiempo.

Él se volvió hacia ella e hizo una mueca.

—¿Ya empiezas otra vez?

—No. Sólo trato de saber cómo eres, Pedro Alfonso.

—Pues no creo que sea muy difícil saber cómo soy. Lo que hace más difícil nuestra relación son las circunstancias en las que nos conocimos.

—¿Puedo pedirte un favor?

—Por supuesto.

Ella se quedó pensativa.

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