miércoles, 14 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 32

—¿Qué quieres decir con que no te gusta que diga eso? —preguntó Paula, enfadada, mientras retiraba los platos sucios y servía la tarta de queso—. Aun en el caso de que tú recordaras todos los detalles de tu vida, yo podría… estar en lo cierto.

—Bueno, no creo que sea muy prudente por tu parte tratar de convencerme de algo tan vago como un presentimiento, Paula. Lo que sí aceptaría es que me dijeras que estás convencida de que nosotros no íbamos a funcionar en la cama.

Ella no contestó nada. Se limitó a tenderle su plato de tarta cortésmente.

—Muchas gracias —dijo él, con cierta ironía.

Ella dejó bruscamente la fuente con la tarta sobre la mesa y se puso las manos sobre las caderas.

—Paula —dijo él, con voz tranquila—, estuvimos a punto de hacerlo esta mañana. Y no me digas que tú no querías que sucediera. ¿Cómo podemos ignorar ese hecho?

Y como para dar más énfasis a sus palabras, la observó de arriba a abajo. Ella llevaba una falda de tela vaquera, que se arremolinaba alrededor de sus piernas, y un jersey gris de manga corta. Llevaba el pelo recogido en una coleta, como era habitual, y algunos mechones se escapaban sobre su nuca, brillando bajo la luz de la cocina. La piel de sus brazos era también dorada y suave.

—Eres un prodigio, ¿Lo sabes? Conozco chicas que trabajan y viven en la ciudad que están más bronceadas que tú.

Ella tomó aliento, sentándose de nuevo, y trató de hablar en un tono tranquilo.

—Ya te lo dije, no quiero estar llena de arrugas cuando sea mayor. Siempre llevo manga larga y sombrero y a veces hasta me doy un protector solar. Quizá sea simple vanidad.

—No lo creo. Y aunque así fuera, a mí me seguiría gustando que fueras así.

Eso, extrañamente, la afectó, ya que él lo había dicho en un tono bastante cariñoso. Luego frunció el ceño y lo miró fijamente, con una sonrisa en sus labios.

—Pepe, tengo la sensación de que las mujeres te deben de adorar. Parece que siempre sabes lo que tienes que decir o qué botones son los que tienes que pulsar…

—Yo podría decir lo mismo de tí.

Ella sintió cómo se empezaba a sonrojar.

—Quiero decir que esta mañana tú pulsaste los botones adecuados —siguió él, mirándola fijamente.

Ella se sentía completamente avergonzada y sus mejillas así lo mostraban. No podía quitarse de la mente el modo en el que lo había besado por la mañana.

—Creo que tú también debes de volver locos a los hombres, Paula. La verdad es que fue un encuentro muy sensual.

A ella le salvó su sentido del humor, ya que se acordó de cómo Bonnie había aparecido cuando ellos se estaban besando. Pero lo que le hizo echarse a reír fue el darse cuenta de que Bonnie debía de haber ido a buscar a Pedro para dar un paseo en las manos del experto jinete.

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