viernes, 16 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 40

—Misión cum… —el hombre se detuvo bruscamente cuando Laura se levantó y se arrojó a sus brazos.

Pedro Alfonso se quedó mirando el rostro de Laura, mientras Paula contenía el aliento y rezaba por que el hombre hiciera un gesto de sorpresa o alguna señal que demostrara que la mujer era una completa y repentina revelación para él. Inmediatamente se preguntó a sí misma la razón. «¿Sería más fácil perdonar que está comprometido si no lo recordara?». Pero el hombre no hizo ningún gesto de sorpresa.

—¿Por qué le has convencido a Adrián para que te trajera, Laura? —preguntó, dirigiendo los ojos azul oscuro al piloto.

Adrián pareció más temeroso que nunca y Paula entendió, incluso antes de que él se disculpara.

—No me quiso hacer caso, jefe.

—¿Por qué debería? —protestó Laura, tocando la venda que Pedro tenía en la sien—. Y ahora no te enfades, cariño. ¡Y no me digas que no te acuerdas de mí!

—Sería inútil —murmuró Pedro, besándola brevemente en la frente—. Bien —el hombre alzó los ojos y buscó los de Paula—. ¿Puedo unirme a la reunión? Me muero de sed.

—Traeré otro vaso —dijo Paula, con expresión indiferente.

Pero cuando le llevó el vaso y descubrió que Adrián se había vuelto al helicóptero, su rostro se iluminó.

—Los dejo solos, tendréis muchas cosas que decirse. Avisarme cuando se vayan.

Se fue directamente a su habitación y, con dedos temblorosos, agarró el boceto de Pedro, Bonnie y el río. Pero él debió de haberla seguido desde el salón, porque, aunque ya lo había arrancado del cuaderno, no tuvo tiempo de romperlo. En ese momento él abrió la puerta, entró y la cerró. Luego se acercó a ella y le quitó suavemente el dibujo.

—Vete —ordenó Paula, con voz ronca—. Y a propósito, ¿Desde cuándo la recordaste, Pedro Alfonso? ¿Desde el primer día? ¿De verdad perdiste la memoria, aunque sólo fuera una o dos horas?

—Paula… sí que la perdí —contestó él en voz baja.

—Pero no pareciste sorprendido —replicó enfadada.

—No lo estaba. La verdad es que recordé a Laura, aunque te parezca curioso, la noche que estábamos hablando de tus manos, después de subir al tejado.

—¿Cómo puedes decir…?

—Fue muy extraño —insistió—. Fue la diferencia entre tus manos, capaces de trabajar y las suyas, siempre con las uñas pintadas, lo que me hizo recordarla.

—Eso no es ninguna defensa —dijo, con un gesto de incredulidad—. Una vez que recordaste que tenías novia tú… tú —la muchacha no encontraba las palabras y se sintió aún peor cuando notó que tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Nosotros —dijo él.

—¡No me vuelvas a hacer eso, Pedro Alonso! —gritó furiosa.

—Pero es cierto. Incluso aunque comenzara por una amnesia temporal, lo que ha pasado nos afectó a ambos. Recuerdo que aquella noche, cuando te fuiste a la cama, pensé que mi vida se estaba haciendo muy complicada. Porque, ¿Sabes, Puala? no puedo engañarme a mí mismo diciéndome que debo casarme con alguien cuando me siento atraído hacia otra mujer, incluso aunque todo comenzara por efecto de la amnesia.

Ella rió.

—Eso es algo que incluso podría perdonarte —dijo, con ironía—, pero no esto.

—¿Por qué?

Ella lo miró fijamente a los ojos.

—¿De verdad necesitas que te diga por qué? Me has engañado. Dos veces. No sólo lo de estar comprometido, también sobre quién eres. Y estoy segura de que no me habías hablado sobre Laura porque nunca habrías pensado que iba a aparecer aquí. Tu piloto parecía avergonzado.

—Iba a decírtelo cuando llegó Juan esta mañana.

—Eso también habría sido demasiado tarde. ¿Y ahora qué te propones hacer con ella, de todos modos? ¿Romper el compromiso hasta que decidas qué significo realmente para tí?

—No he tenido tiempo de decidir ni una cosa ni la otra, Paula. No he planeado esto, como tampoco planeé tener un accidente en tu rancho.

Ella suspiró y se dio la vuelta bruscamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario