viernes, 2 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 11

A la mañana siguiente, Juan Bentley los despertó.

—Pau… ¡Oh, si estás ahí!

Paula se removió y Pedro abrió los ojos.

—¿Qué te pasa, Pau? —preguntó Juan, con voz nerviosa, entrando a la habitación y quedándose asombrado.

—¿Te ha…? ¿Estás bien, amigo? —añadió, volviéndose hacia Pedro.

Paula se puso en pie y se estiró.

—Está bien, Juan. ¿Alguna novedad? ¡Santo cielo, continúa lloviendo!

—Está lloviendo tanto que vamos a tener que mover un poco el ganado.

—¿Y alguna otra novedad? —preguntó Pedro, con la cara torcida, como si le doliera todo el cuerpo.

—Bueno, amigo, si te refieres a si se sabe algo de lo tuyo, hay rumores de que un tipo se perdió cuando volaba con su avioneta. ¿Crees que puedes ser tú?

—¡Por Dios bendito! Así que eso fue lo que pasó. Sí, ahora me acuerdo. Tuve que hacer un aterrizaje de emergencia, ya que el nivel de combustible había comenzado a parpadear. Pero… pero…

—¿Te suena de algo el nombre de Alfonso? —preguntó Juan.

—Alfonso, Alfonso —repitió Pedro despacio, mientras fruncía el ceño con ese gesto que Paula comenzaba a conocer bien.


—No importa, ya te acordarás —trató ella de cancelarlo. Luego se volvió hacia Juan—. Deja que me vista y yo… Juan, ¿Te importaría atender a Pepe un momento? Yo voy a llamar a la policía para avisarles de que él está sano y salvo. Luego seguiremos hablando —prometió, saliendo de la habitación.

Juan Bentley y Pedro Alfonso se quedaron mirando cómo ella desaparecía y luego se miraron el uno al otro.

—Es una mujer muy decidida —dijo Pedro.

—Así es, amigo. Y muy estimada en Wattle Creek —añadió él.

—Ya… te entiendo —dijo Pedro.

—Sí. Yo no intentaría aprovecharme de ella.

—Bueno, no creo que haya peligro de eso. Parece una mujer que sabe lo que quiere.

—Quizá sí. Pero en cualquier caso, yo no lo intentaría —dijo Juan cortésmente— . ¿Así que estás recobrando la memoria? ¿Y tienes idea de dónde hiciste ese aterrizaje de emergencia?

Pedro se volvió a recostar.

—Ahora recuerdo que no fue sólo el combustible. También hubo un fallo en el sistema eléctrico, por lo que la radio dejó de funcionar. Y recuerdo haber caminado durante horas. Eso es. Yo sobrevolé la hacienda poco antes de aterrizar, así que comencé a caminar en la dirección que recordaba haberla visto. Hacia el sudeste. Así que el avión debe de estar hacia el noroeste.

—¿Recuerda por qué estaba sobrevolando esta zona?

—Yo… —él se quedó callado al regresar Paula.

La muchacha llevaba pantalones de montar, una chaqueta impermeable y un sombrero de ala ancha en sus manos.

—Pepe, despegaste de Longreach ayer por la mañana y tenías planeado regresar a Longreach por la tarde. Las autoridades se pondrán en contacto con tus parientes, pero parece que tendrás que quedarte con nosotros un día más o quizá dos. Hay varias carreteras inundadas y las líneas de teléfono están cortadas. Varias personas se han quedado incomunicadas y el aeropuerto está bajo el agua. De manera que nuestro único medio de comunicación es, por el momento, el teléfono móvil.

—Entiendo. Yo…

Pero Paula le cortó.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó, mientras le agarraba la muñeca para tomarle el pulso.

—Me encuentro bastante bien.

—¿Nada de jaquecas, doble visión, ni náuseas? —ella se quedó mirándolo fijamente, mientras él sacudía la cabeza. Luego sacó un termómetro—. Abre la boca. ¿Y tampoco te duele nada por dentro?

Él volvió a sacudir la cabeza y ella le pellizcó el antebrazo, quedando, aparentemente, satisfecha con el resultado. Después le apartó con cuidado las vendas que cubrían los puntos de la sien.

—Bien —dijo ella, mientras le quitaba el termómetro—. Todo parece correcto. Quédate en la cama.

—Pero yo…

—Haz lo que te digo, Pedro Alonso—le recomendó Paula—. Voy a tener que dejarte solo unas pocas horas. Pero te dejo en buenas manos. Vanina, la esposa de Juan, va a venir a prepararte el desayuno, así que pórtate bien… También vendrá el médico. Cuéntale exactamente cómo te encuentras y dile que estás empezando a recuperar la memoria.

—Muy bien —contestó Pedro, mirando a Juan con gesto resignado.

—¿Qué significa esa mirada? —preguntó ella.

—Nada —dijeron ambos hombres a la vez, aunque Juan parecía estar divirtiéndose.

—¿Estás listo, Juan?

—Cuando quieras, Pau.

Pedro Alfonso se quedó mirando cómo salían de la habitación, luego sacudió la cabeza, algo confuso. Un rostro familiar interrumpió sus pensamientos. Era Vanina Bentley, que le llevaba el desayuno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario