viernes, 23 de agosto de 2019

Te Quiero: Capítulo 51

El salón principal estaba iluminado y las contraventanas habían sido abiertas por completo, de manera que se veía el azul oscuro de la noche, aunque, de la playa, sólo se apreciaba una vista distorsionada. Había una botella de champán en una cubitera de plata sobre una de las mesas lacadas de café. Pedro estaba echado sobre un sofá. Se incorporó cuando ella apareció e hizo un gesto, señalando el champán.

—Yo… ¿Por qué no? —dijo ella, casi indefensa.

Tenía la sensación de que no tenía ningún control sobre todo lo que le estaba sucediendo. Ni siquiera sobre el rumbo de aquella noche. Él sirvió dos copas y le dió una a ella, que se había sentado sobre uno de los sillones de color melocotón.

—Gracias —murmuró, cuando su mano se rozó con la de él.

Pedro se apartó inmediatamente y se sentó de nuevo.

—Bébelo —le animó Pedro—. Te ayudará.

Ella se tomó la mitad de la copa y esbozó una sonrisa.

—¿Cómo sabes que necesito ayuda?

Pedro alzó una ceja.

—Veo que ya no estás tan enfadada y tampoco estás intentando ordenarme lo que debo hacer.

—Debe de ser que estoy más relajada.

—Y que no estás en tu casa. Eso también cuenta.

Ella abrió la boca para decir que no sólo no estaba en su casa, sino que estaba en la casa de Laura Foster, pero recordó que se había prometido no volver a mencionar ese nombre jamás.

—¿Qué? —preguntó Pedro.

Él tenía la cabeza apoyada sobre una mano, que apoyaba a su vez sobre el brazo del sofá. Sus manos largas jugaban con su cabello y en la sien, las marcas de los puntos eran todavía visibles.

—Este no es el tipo de casa que yo había imaginado para tí —mintió.

Y se orgulleció de su ingenio porque ese comentario era como si hubiera mencionado a Laura. Pero él la sorprendió. Pedro la miró de manera extraña.

—Tienes razón. Yo no habría elegido sillones de color melocotón ni suelos de mármol. Mi madre es la culpable.

Los ojos de Paula se agrandaron por la sorpresa.

—Está convencida de que hay un estilo Gold Coast y piensa además que es éste.

—¿Es entonces tu casa?

—Más o menos —admitió él—. Yo la uso cuando la necesito, pero ella vive aquí.

—Pero parece que ya no vive aquí.

—¿Qué pasa, que preferirías que hubiera alguien haciendo de carabina? — bromeó él—. Lo que sucede es que está fuera en estos momentos. Pero a pesar de la opulencia con la que ha decorado esto, te caería bien.

—¿Por qué? Quiero decir, no me importa, pero…

—¿Te interesa, a pesar de todo? Lo entiendo, de verdad —dijo, con un brillo en los ojos—. Es una mujer muy fuerte. Tiene muy buena salud, a pesar de tener sesenta y cinco años. Cuando le compré esta casa, me dijo que había vivido ya en demasiadas granjas y ranchos y que estaba harta de ellos. Y que en esta casa iba a hacer todo lo que no había podido en los demás sitios en los que había vivido.

Paula sonrió y miró alrededor con curiosidad.

—¿Has ido arriba?

—No. Decidí acampar en la habitación azul… Bueno, ahora me alegro de no haberlo hecho, me hubiera sentido como si hubiera traspasado algo.

—Oh, a ella no le habría importado. Está acostumbrada a tener invitados. Yo suelo invitar a amigos aquí por diferentes razones. Casi siempre por negocios, y a ella le gusta hacer de anfitriona. Le hace sentirse joven, según dice.

Paula bebió un poco más de champán.

—Tienes mucha suerte.

—Lo sé. ¿Te sientes mejor?

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