lunes, 29 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 67

 –No, no es eso. Simplemente, pensaba que tendrías mejores cosas que hacer. Bueno, se supone que eres un genio…


–Pero también necesito comer. Y me gusta dormir con un tejado sobre mi cabeza.


Comenzó a descargar las bolsas con eficiencia y cierto aire de enfado. Paula lo siguió al interior de la casa. Con movimientos rápidos, Pedro abrió las ventanas, dejando que entraran las fragancias del mar y del jardín. Después volvió a la cocina y comenzó a rebuscar en la caja de herramientas. Mientras lo observaba, descubrió algo que debería haber comprendido antes.


–Esta casa no es uno de tus privilegios de millonario, ¿Verdad? La tienes desde hace mucho tiempo.


Pedro sacó una llave inglesa de la caja.


–La heredé. Esta casa la construyó mi abuelo.


–¿Tu abuelo?


–Sí. Era un estudiante romántico que vino aquí y se enamoró de la hija de un filósofo local. Decidió que no se marcharía hasta que la familia le permitiera casarse con ella –la miró con un brillo travieso en la mirada–. En asuntos amorosos, mi familia tiende a cometer algunos excesos.


Paula tragó saliva. La sonrisa de Pedro se ensanchó. Pero él no la tocó. Y desapareció en la despensa. De pronto se oyó una exclamación de triunfo.


–Ya está. Acabo de conectar la luz.


Salió con una polvorienta telaraña en el pelo. Sin pensarlo, Paula se inclinó hacia delante para quitársela. Pedro se detuvo en seco. Se miraron a los ojos. Él alargó la mano y tomó cuidadosamente la de Paula. Ella parecía incapaz de moverse. Incluso contenía la respiración sin saber exactamente por qué.


–Paula, lo siento, pero no soy uno de esos hombres para los que el sexo es solamente diversión. Y no puedo comportarme como si lo fuera.


Paula no sabía qué decir. Pedro le soltó la mano, retrocedió y se fue con la llave inglesa como si nada hubiera ocurrido. Pero respiraba como si acabara de subir un terrible acantilado. No estaba segura de si lo que pudiera ocurrir a continuación sería una opción suya o de él.  Era una situación excitante. Y aterradora. Y no tenía la menor idea de lo que podía hacer. Así que no hizo nada. O, mejor dicho, hizo lo que habría hecho cualquier invitada respetuosa. Lo siguió por la casa, tomando nota de los dormitorios, los baños, las estanterías, admirando los cuadros y examinando sus libros. No lo tocó, por supuesto. Y tampoco hizo ninguna pregunta de la que quizá no quisiera oír la respuesta. Así que cuando Pedro dijo:


–Quizá te apetezca descansar en tu habitación después del viaje –dijo, y ella sintió un inmenso alivio.


Su habitación daba a un grupo de limoneros. Las sombras de la tarde se proyectaban sobre las baldosas cerámicas del suelo y la enorme cama. Pedro se quedó en el marco de la puerta, sin entrar.


–Tienes una ducha en la habitación, pero si quieres darte un baño, ya sabes dónde está. ¿Te acuerdas de cómo funciona el jacuzzi?


Su tono era cordial. Era la propia Paula la que tenía la culpa de que su imaginación hubiera empezado a recrear imágenes de ellos dos en una bañera llena de burbujas.


–Sí –dijo, luchando contra su imaginación.


–Si quieres cualquier cosa, llámame. Estaré en el jardín.


–De acuerdo. 

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