miércoles, 17 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 44

 –¿Ya estás lista?


Los ojos de Ivana estaban demasiado brillantes.


–Lista.


Paula la abrazó.


–Estás maravillosa.


–La felicidad es un gran cosmético –respondió Ivana, devolviéndole el abrazo–. Tengo tanta suerte…


Como era la única dama de honor, Paula fue sola a la iglesia. Aprovechó la oportunidad para sonarse furiosamente la nariz. No quería arriesgarse a llorar en la iglesia. Pero no tenía por qué preocuparse. Iba a estar demasiado ocupada. No habían ensayado la boda y estuvo en constante estado de alerta. Enderezando la falda de Ivana, recibiendo las flores… Al cabo de un rato, se encontró haciendo malabares con dos ramos de flores y una niña que salió de entre los invitados dispuesta a unirse a la procesión. No tuvo tiempo siquiera de llorar. Pero hubo otro momento… Los novios acababan de firmar en el registro y se volvieron juntos hacia el pasillo. Ivana miró a su marido. Y eso fue todo. Manuel tomó la mano de Ivana y el órgano comenzó a sonar. Pero, por un instante, fue como si no existieran las flores que llenaban la iglesia, ni los amigos, ni la dama de honor. Manuel e Ivana se sonreían el uno al otro mirándose a los ojos. Era un intercambio de absoluta comprensión. Paula se sintió como si una mano le estuviera desgarrando el corazón. No se había sentido más sola en toda su vida. Tragó saliva y siguió a los novios por el pasillo de la iglesia con una sonrisa que alguien parecía haber soldado en su rostro. Pero, casi inmediatamente, decidió que ella sería el alma de la fiesta. Comenzó a reír en cuanto el viento de marzo azotó su pelo al salir de la iglesia. Nadie podría haberse imaginado que por dentro estaba fría, temblando. Que se sentía aterradoramente sola.


–Cada vez está más guapa, ¿Verdad? –oyó que comentaba una de las madrinas, cuando estaban ya de vuelta en la casa y había comenzado a circular el champán–. Jamás habría pensado que Ivana sería la primera en casarse.


–Oh, no sé. A Paula siempre le ha gustado la variedad.


–En fin –replicó la madrina con entusiasmo–. Ya tendrá tiempo de sobra para sentar cabeza cuando sepa lo que quiere.


Paula estuvo a punto de lamentarse en voz alta. Sintió que alguien la estaba mirando y alzó la mirada. Era Pedro Alfonso. Por un momento, se sintió tan aliviada al advertir que no era ninguna de esas personas que la conocían desde niña, que sonrió radiante. Pedro pestañeó. Y se arrepintió inmediatamente de su sonrisa. Era una locura sentir que él era su único aliado en aquella reunión de amigos y parientes. Se volvió. Cuidado, se dijo a sí misma. Tenía que andarse con mucho cuidado. Se colocó al lado de un hombre al que conocía vagamente. Le sonrió. Se dió cuenta de que él la encontraba atractiva y amplió su sonrisa, al tiempo que batía sus largas pestañas y se inclinaba hacia delante para escucharlo con atención. Por el rabillo del ojo, lo vió abriéndose paso hacia ella. No era un camino directo. Había montones de personas que querían hablar con él. Su expresión variaba entre el respeto y el recelo. Se mostraba amable con todo el mundo, pero con nadie intercambiaba más de un par de frases. Y no se desviaba en ningún momento de su camino. Ella se volvió, de manera que no podía verlo ni siquiera por el rabillo del ojo. Aun así, fue consciente del momento en el que la alcanzó. Pedro no la tocó, pero pudo sentirlo. Y lo que era más, estaba prácticamente segura de que él lo sabía.


–Hola –la saludó–. ¿Se me permite decir que eres una dama de honor preciosa?


Sonaba tan cortésmente galante que, por un instante, Paula casi se sintió desilusionada. Pero entonces comprendió que podía utilizar aquello como ventaja. Utilizaría el refugio de los buenos modales para seguirle el juego. Y quizá, solo quizá, de esa manera pudiera olvidar aquella oleada de deseo que Pedro había despertado sin ni siquiera mirarla. Así que se volvió y le dirigió la más insulsa de sus sonrisas.


–Gracias. Eres muy amable.


A su acompañante no le gustó aquella interrupción. Pedro lo advirtió, pero le tendió la mano sonriente. 

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