viernes, 19 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 46

Y al parecer no era la única. Ivana estaba terriblemente pálida. Sonrió mientras les hacían la foto cortando la tarta nupcial. Pero mientras hundían el cuchillo en el pastel, Paula tuvo la casi completa seguridad que era solo la mano de Manuel la que impedía que la de Ivana temblara. ¿Qué demonios le ocurriría? ¿Estaría enferma? En cuanto se llevaron la tarta para repartirla entre los invitados, vió que Ivana le susurraba a Manuel algo al oído y se apartaba de su lado. Paula no dudó en seguirla y la encontró en su dormitorio. Estaba sentada bajo la ventana, apoyando la mejilla contra el cristal y con los ojos cerrados. Su rostro tenía un tono verduzco.


–¡Ivi! –exclamó Paula, preocupada.


Ivana no abrió los ojos.


–No pasa nada. No durará. Me pondré bien.


De pronto, Paula comprendió un montón de cosas: El estallido nocturno de Ivana, las náuseas matinales…


–No son los nervios, ¿Verdad?


Ivana sacudió la cabeza, con los ojos todavía cerrados.


–Ya entiendo. ¿Y puedo hacer algo por tí?


Ivana le dirigió una sonrisa.


–Quizá quieras ser niñera a tiempo completo –abrió los ojos–. No te preocupes, Paula. Te aseguro que es algo que se supera.


–Eso he oído –Paula intentó sonreír. Aquello era una pesadilla–. ¿Quieres algo?


–Solo descansar. Normalmente funciona.


–Entonces te dejaré sola.


Y así lo hizo. Se sentía como si estuviera huyendo. Estaba temblando. No se había sentido así desde el día que había descubierto que Ivana estaba enamorada de Manuel y éste la correspondía. Encontró refugio en el despacho de su padre. Estaba fuera del alcance de los invitados. Además, en él estaba el enorme sillón de orejas en el que tantas veces se había escondido cuando era niña. Se dejó caer en él y se acurrucó. Nadie la habría visto aunque hubiera entrado en la habitación. ¿Qué demonios le pasaba?, pensó. ¿Por qué tenía que importarle tanto que Ivana y Manuel tuvieran un bebé? Hacía meses que había perdido a Manuel. Diablos, de hecho, nunca lo había tenido. Y el bebé no supondría ninguna diferencia. Pero aun así… Tenía la sensación de que no podía sentirse más sola. De pronto, la puerta del despacho se abrió. Paula contuvo la respiración. Sabía que era prácticamente invisible en aquel enorme sillón. Lo único que tenía que hacer era permanecer quieta como un ratón hasta que aquel intruso se marchara. Pero el intruso no se marchó. Cerró la puerta tras él y se quedó allí, esperando. Permaneció quieta todo lo que pudo. Y de pronto se levantó para enfrentarse a él.


–¿Qué pasa? –le espetó.


–Sabía que estabas aquí –dijo Pedro satisfecho.


–De acuerdo, me has encontrado. No creo que sea una gran cosa.


–¿Por qué te escondes? 

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