lunes, 22 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 53

 –Tienes los ojos azules –dijo Pedro suavemente–. No conseguía acordarme.


Paula se sentía inexplicablemente tímida.


–¿Les has dicho que nos dejaran solos?


–No.


–¿Entonces…?


–Supongo que no esperaban huéspedes y tienen un par de habitaciones que preparar.


–¿Un par? Pero…


Pedro se inclinó hacia adelante.


–Paula, escúchame…


Ella no lo podía creer.


–No me deseas –susurró.


–Por supuesto que te deseo. 


Paula sacudió la cabeza.


–Continúas jugando –dijo, casi para sí.


Pedro le estrechó la mano con fuerza.


–No, escucha. Esto es importante.


Luchando para mantener la expresión bajo control, Paula alzó la mirada.


–Te deseo, Paula. Claro que te deseo. Quiero dormir contigo. Pero has pasado un día infernal y no estoy seguro de que sepas lo que quieres.


Paula lo miró fijamente. Pedro alzó la mano. Sin dejar de mirarla a los ojos, le acarició suavemente los labios.


–Lo único que quiero es que quede claro que puedes elegir.


Pedro tomó la cuchara y empezó a comer como si nada hubiera pasado, aunque continuaba sosteniéndole la mano con firmeza. Al cabo de unos minutos, Paula fue capaz de decir:


 –Debes pensar que soy tonta.


–No, ¿Por qué? –preguntó Pedro sorprendido.


–Bueno, no creo que haga falta explicarlo.


–¿De verdad? –por un instante, la miró sin comprender. Pero de pronto sonrió–. Oh, lo dices por las habitaciones. Eso lo he hecho por mí, no por tí.


Estoy seguro de que tú no necesitas que te expliquen ese tipo de cosas. El problema soy yo. No tengo mucha experiencia en ese terreno. Paula olvidó su vergüenza, presa de una absoluta fascinación.


–¿Me estás diciendo que no sueles salir con chicas?


–Bueno, esa es una forma de decirlo.


–¿Cómo lo dirías tú entonces?


–Yo diría que no tengo muy bueno ojo en lo que se refiere a la naturaleza humana.


Paula se inclinó hacia delante y lo escrutó con la mirada. Tenía la impresión de que, a pesar de su tono indiferente, aquel era un tema que realmente le importaba.


–¿Quieres hablarme de ello?


–No creo que haya mucho que contar. Cuando tenía diez años, me calificaron como genio y empezaron a educarme como a tal. Pero esa educación no incluía el tipo de señales que la gente normal da por sentadas.


–¿Señales? ¿Qué señales?


–Bueno, cosas como la luz de las velas y el romanticismo. Para cuando se llega a la adolescencia, la mayoría de la gente ya sabe que hay alguna relación entre ellas. A mí tuvieron que explicármelo –como Paula continuaba mirándolo fijamente, dijo exasperado–: Supongo que me refiero a los indicadores no verbales.


–¿Qué diablos es un indicador no verbal?


–Bailar, besar… El sexo.


–¿Sexo? ¿Te faltan conocimientos sobre el sexo? –preguntó Paula con incredulidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario