lunes, 29 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 70

Pedro sacudió la cabeza con un gesto sorprendentemente elocuente.


–Ese Manuel es un tipo con suerte.


–Él no lo vió así –replicó Paula secamente–. Ponte en su lugar.


–¡Ya me gustaría!


–Pero si tú dijiste que no eras la clase de persona que pensara en el sexo como una simple diversión –respondió ella con mordacidad–. Así que ¿Por qué ibas a apreciarlo tú más de lo que lo apreció Manuel?


–¿Por qué crees tú?


Paula lo fulminó con la mirada, incrédula y deseosa al mismo tiempo. Pero Pedro no la tocó.



Y aquel fue el patrón de su relación durante los días siguientes. Durante el día, Pedro se dedicaba a pescar, a nadar o a trabajar en la tierra, siempre fuera de la vista de Paula. Y por la noche, le servía una copa y hablaban de lo que él llamaba «Su tarea», animándola a tomar notas y a hacer fotografías. Después preparaba la cena y Paula se esforzaba en comérsela. Pedro le hablaba de su trabajo, de su padre, de sus amigos, de libros, de música. Ella se enteró así de que le gustaba escalar y que no había escuchado música latina hasta que había conocido a Pablo. Apenas iba al cine y no veía vídeos. A cambio, y no sin recelo, Paula le habló de su pasión por las películas infantiles, pero tenía la sensación de que estaba continuamente fuera de su terreno. Pedro quería saber cosas sobre ella. Pero aun así, nunca se aproximaba a la única cosa que Paula sabía que tenían en común. Cada noche, se decían buenas noches y se iban cada uno a su habitación. Paula no sabía cómo podía soportarlo. Pero no tenía opción. Cuando Pedro estaba en la playa, ella se dedicaba a pasear por el jardín y tomaba notas para su artículo. E hizo un rápido curso en música clásica con los compactos que Pedro tenía en sus estanterías.


Un día, decidida a no quedarse en casa, buscó uno de los biquinis que Nadia le había metido en la maleta y se lo puso. Con una camisa encima, bajó a la playa. Una vez allí, se llevó una mano a los ojos para protegerse del sol y miró hacia el mar. La arena estaba caliente. Pedro estaba a una gran distancia de ella, convertido en un punto que se alejaba a grandes brazadas hacia el horizonte. Paula no sabía si sentirse desilusionada o aliviada, pero cuando se quitó la camiseta y se metió en el agua, se alegró de que él no pudiera verla. La verdad era que ni ella misma se entendía. Había bailado y posado bajo el sol de las formas más provocativas durante toda su vida de adulta. Y jamás había sentido aquel misterioso estremecimiento al pensar que alguien la mirara. Pero la posibilidad de que Pedro pudiera verla con aquel biquini, le provocaba escalofríos y le hacía desear volver a la colina. O quizá, quedarse para ver lo que sucedía. Debía estar loca, pensó mientras nadaba. Cuando al cabo de un rato abrió los ojos, descubrió que Pedro estaba a menos de dos metros de ella. Y sonreía con malicia.


–Sabía que al final no podrías resistirte –le dijo Pedro. Y la besó.


Fue como ahogarse. Y como volar. Una sensación total que iba mucho más allá de cualquier pensamiento. Mucho más allá de cualquier movimiento en un hipotético juego. Y, de pronto, Paula comprendió que aquello era para siempre.


–Te quiero –le dijo, estremecida. 


Pero fue casi un susurro y Pedro tenía los ojos cerrados. No la oyó. Y quizá fuera lo mejor, se dijo Paula, aunque su cuerpo continuaba temblando en sus brazos. El mar los empujaba como si fuera un animal juguetón. Pedro soltó una ronca carcajada y abrió los ojos. 

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