viernes, 5 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 18

Paula estuvo a punto de hacerlo. Y no solo porque no quisiera estar sola en aquella fría mañana. Pero alzó la mirada hacia sus labios y tomó una decisión.


–Oh, no debes arriesgarte a que te saque todos tus secretos –le contestó con malicia.


Y salió corriendo. Sus pies resbalaban sobre el hielo, pero no le importó. Sacó la llave y subió los escalones de la entrada a toda velocidad. Sin comprobar siquiera si Pepe había intentado seguirla, metió la llave en la cerradura, abrió, cerró la puerta y se inclinó contra ella con el corazón palpitante. Corrió hacia las escaleras y subió a su piso como si Pepe estuviera mirándola y fuera una cuestión de amor propio no detenerse para mirar atrás. 



Fue una noche interesante. Durante semanas, meses, cada vez que cerraba los ojos, Paula no había sido capaz de pensar en otra cosa que en sus terribles errores. En aquella ocasión, sin embargo, tenía otra cosa en la cabeza. Cada una de las palabras de Pepe se repetía en su cabeza como un eco. «Pareces una chica a la que le gusta vivir al límite». ¿Por qué habría dicho eso? ¿Sería verdad? «Hemos intercambiado feromonas».


–Oh, sí –musitó Paula en la intimidad de la cama. Se estremeció y se tapó con el edredón hasta la barbilla.


«Tú también lo has sentido».


Paula se sentó de pronto en la cama como impulsada por un resorte.


–No, yo no.


¿Y si fuera verdad que lo había sentido? Aquello era una locura, se dijo. Demasiadas emociones. Ella nunca había reaccionado de aquella manera ante un hombre. Y, además, ni siquiera estaba buscando una relación. ¿Pero qué demonios le estaba pasando? No podía contestar a aquella pregunta. Lo intentó durante horas. Y a las seis y media renunció. El cielo todavía estaba oscuro, pero la negrura de la media noche había desaparecido. El tráfico comenzaba a rodar. Los invictos pájaros que todavía sobrevivían en Nueva York comenzaron a gorjear. Paula normalmente les dejaba migas de pan y agua en la escalera de incendios. Y todas las mañanas tenía que romper la capa de hielo que se formaba en el agua. Al recordarlo, saltó de la cama. Se puso un chándal, los guantes y un gorro de lana y comenzó a luchar con los cerrojos de la puerta. «Déjame subir a tu departamento». Ella no había dejado entrar a ningún hombre en su nido. La soledad podía ser dolorosa, pero también algo muy preciado. Hasta ese momento, no había sentido la tentación de invitar a ninguno. ¿Y por qué habría sido Pepe el primero con el que había experimentado aquella oscura tentación? 

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