lunes, 15 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 39

Pedro caminó a grandes zancadas hasta ella, la miró como si estuviera midiendo a un adversario y dijo suavemente:


–Nunca olvides que te he visto bailar. Que el cielo me ayude, te he sentido bailar. Y piense lo que piense toda esta gente de tí, yo te conozco.


Paula sintió que el rostro le ardía. Pero consiguió decir con firmeza:


–Eso suena como una amenaza.


–Llámalo un recuerdo.


–¿Un recuerdo de qué?


Los ojos de Pedro volaron hasta su boca y se echó a reír. Paula pensó que iba a besarla. Y, de pronto, deseó que lo hiciera. Quería que la abrazara como la había abrazado en aquella gélida calle de Nueva York. Quería que volviera a hacer de ella una intensa sensación, que su cuerpo dominara nuevamente a su cerebro. Y lo deseaba con una intensidad que la asustaba. Pero Pedro se volvió.


–Adiós –dijo casi con indiferencia. Y se fue.


Paula se sentó en los primeros peldaños de la escalera. Se sentía como si le hubieran robado la respiración. Había deseado que la besara. Pedro sabía que quería que la besara. Y se había marchado. ¡Después de toda esa conversación sobre que quería estar cerca de ella, se había marchado! Lo había hecho intencionadamente. Lo sabía. Hasta el año anterior, había salido con muchas personas habituadas a esas tácticas. Pero nunca se había imaginado siendo ella la receptora de uno de esos movimientos. En fin, no pensaba permitir que Pedro Alfonso jugara con ella. De hecho, podría llegar a considerarse afortunado si volvía a dirigirle la palabra. No se lo contaría a nadie, pensó. Se dijo a sí misma que prefería mantenerlo en secreto porque no quería tener una discusión sobre la falta de consideración hacia un invitado. Pero en el fondo sabía que había algo más que eso. Su madre ya había insinuado que él estaba enamorado de Ivana. Y no quería convertirse en la distracción de un amante despechado durante la celebración de la boda. Pero si era eso lo que Diana tenía en mente, querría que le explicara lo que había pasado. Descubrió entonces que no quería hablar con nadie de sus asuntos con Pedro Alfonso. Ni siquiera quería admitir que ya se conocían. Y que desde su primer encuentro, no había sido capaz de sacárselo de la cabeza. Que le había bastado tocarla para convertir sus huesos en agua. Y que cada vez que lo veía temblaba ante la posibilidad de que pudiera hacerlo otra vez. Era algo puramente sexual, se dijo con fiereza. Eso era todo lo que había pasado en Nueva York. Las hormonas y la soledad habían jugado en su contra. Pero ¿Y después? ¿Cómo podía justificar lo que había sentido en Londres cuando la había tocado? ¿O cuando, como había ocurrido hacía solo unos minutos, no lo había hecho? Se levantó, furiosa. Aquella boda ya prometía ser suficientemente difícil sin la ayuda de Pedro Alfonso. Que, por cierto, quizá tuviera roto el corazón a causa de su hermana. Hizo una mueca al pensar en ello. 

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