miércoles, 17 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 43

A la mañana siguiente, por supuesto, no hubo tiempo para hablar de Pedro ni de nada que no fuera la boda.


–Yo pensaba que si nos casábamos en el campo, esto no pasaría –se lamentó Ivana.


Estaba sentada en el antiguo cuarto de juegos, con el pelo recogido en un complicado peinado. Un peluquero que ya se había marchado le había colocado el velo y la diadema. Bajo los adornos de novia, iba vestida con unos vaqueros y un jersey de lana. Estaba muy pálida.


–Siempre pasa lo mismo –le aseguró Paula–. Ya sean doscientos o dos mil invitados no hay ninguna diferencia. En todas las bodas hay una novia aterrada, un vestido de princesa y una mujer que está a punto de convertirse en suegra. 


Ivana negó con la cabeza.


–Diana está siendo maravillosa.


–Claro que sí. Y te está volviendo loca.


–No seas cínica –contestó riendo.


–Tómate un café y piensa en la luna de miel.


Pero al oírle mencionar el café, Ivana hizo una mueca de repugnancia. Paula la miró sorprendida.


–Como quieras, pero yo sí que voy a tomar uno. Iré a ver cómo está mamá y ahora vuelvo.


Tal como era previsible, Diana la retuvo en la cocina. Dos cocineras locales estaban sacando los taburetes mientras las seguía al borde de la histeria.


–Siéntate, mamá –le dijo Paula exasperada–. Saben perfectamente lo que tienen que hacer –dio media vuelta y volvió al cuarto de su hermana, musitando–: Cuando yo me case, no quiero que nadie de la familia se me acerque el día de la boda –se interrumpió–. ¿Ivana? Cerebrito, ¿Estás ahí? Salió un sonido terrible del baño.


–¿Ivi?


Al cabo de unos segundos, apareció un rostro pálido en la puerta. La diadema se inclinaba en su cabeza y el encaje victoriano estaba hecho un nudo por encima de su hombro.


–Oh, Dios mío, estás realmente nerviosa –abrió una botella de agua mineral y le sirvió un vaso a su hermana.


–Gracias –dijo Ivana mientras se dejaba caer en una silla.


–De acuerdo –Paula decidió hacerse cargo de la situación–. Ha empezado la cuenta atrás. Calculo que tienes unos setenta y cinco minutos para dormir y todavía podrás llegar a tiempo al altar.


Ivana parecía a punto de llorar.


–Pero mi pelo…


–He visto lo que ha hecho el peluquero. Podré arreglarte yo el peinado – repuso, confiada–. Venga, túmbate. Yo me ocuparé de todo, pequeña.


Y así lo hizo. Al cabo de un rato, Paula se puso el vestido azul que Ivana había elegido para ella. Su peinado era demasiado sofisticado, pensó. Así que se lo cepilló suavemente y se lo colocó detrás de la oreja con un pasador de diamantes que Miguel le había regalado el día de su dieciocho cumpleaños.


–Ya está. Guapa e inocente –le dijo a su reflejo.


El problema era que no se sentía ninguna de las dos cosas. Pedro Alfonso había conseguido inquietarla. Y si bien se había resignado ya a sufrir durante la boda, jamás habría imaginado que caminaría por el pasillo de la iglesia con el deseo frustrado de haberle dado a Pedro un codazo en el ojo. Tomó los ramos de flores que su hermana y ella debían llevar, sacó a Diana de la cocina y subió a despertar a Ivana. Tras ayudarla a ponerse el vestido, le dió un último toque a su peinado. 

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