lunes, 1 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 9

Pedro miró a su alrededor, inspeccionando las fotografías y un par de discos enmarcados.


–Desde luego, has conseguido hacer tu propio máster en administración de empresas.


–Y tú también, por lo que he oído.


–¿Qué es lo que has oído exactamente? –preguntó.


Pablo se sorprendió por la brusquedad de su tono.


–Solamente que tu empresa es una de las punteras en la investigación de software. Eso es lo que dicen –lo miró con los ojos entrecerrados–. Ah, ya entiendo. Estamos hablando de espionaje industrial. Ese es el motivo por el que has venido a Nueva York, ¿Verdad?


Pedro se dejó caer en una silla.


–¿Tan transparente soy? Debe ser condenadamente fácil… –se interrumpió y apretó los dientes con fuerza.


–Eh, solo estoy intentando mantener una conversación. ¿Qué te ocurre?


Pedro lo miró con el ceño fruncido durante un instante. Después, se encogió de hombros.


–He vuelto a equivocarme a la hora de juzgar a la gente –dijo, con voz dura.


–Ah –replicó Pablo tras una ligera pausa.


–Sí –añadió Pedro, respondiendo a aquel silencioso comentario–. Supongo que pensabas que Vanesa Valeri me había enseñado todo lo que había que saber sobre mujeres mentirosas, ¿Verdad? Pues estás equivocado.


–Ah, así que se trata de una mujer. ¿Es esa inglesa con la que se suponía que ibas a venir esta noche?


–No. Se trata de mi directora comercial. Ha estado con nosotros desde el principio. Yo pensaba que era una amiga.


Pablo lo miró con compasión.


–A todos nos ha ocurrido alguna vez.


–Todos pensábamos que era una amiga. Pero ha traicionado a todo el equipo. Yo confiaba en ella.


–Tremendo error –Pablo le tendió una cerveza–. Pero todos lo hacemos. No te castigues por eso.


–Ha establecido contacto con algunos grandes inversores que están intentando hacerse con el control de la compañía. Hoy mismo he averiguado quiénes son y lo que piensan hacer.


–Mala cosa. Pero estoy seguro de que podrás manejarlo, ¿Verdad?


–Sí –contestó Pedro entre dientes–. Claro que sí.


–Si hay alguien que puede hacerlo, ese eres tú. En clase eras uno de los mejores. Te deseo suerte, amigo. ¿Y ahora qué quieres hacer? ¿Piensas quedarte o volver al hotel para dedicarte a tus trapicheos?


–Los trapicheos los dejaré para mañana. Esta noche tengo que descargar adrenalina.


Pablo lo miró entusiasmado.


–Genial. Primero a cenar y después a bailar. Esta noche tenemos comida brasileña. Nuestro chef nos ha preparado feijoada.


–Magnífico –dijo Pedro, comenzando a levantarse. 


–Y además contamos con un par de disc jockeys geniales. Auténticos entusiastas, ¿Me entiendes? Y también tenemos muy buenos relaciones públicas. Algunos de esos chicos saben moverse de verdad –le dio un golpe en el hombro–. Si quieres descargar adrenalina, estás en el lugar adecuado. ¡Vamos de rumba!


Disfrutaron de la comida hablando de viejos amigos y buenos negocios. Era como haber vuelto a la universidad, pensó Pedro. Las mismas bromas y la misma sensación de que podían hacer todo lo que quisieran con solo proponérselo. A medida que iba pasando el tiempo, el ruido de la pista de baile iba haciéndose cada vez más fuerte. Al cabo de un rato, Pablo arrastró la silla hacia atrás.


–Ya es hora de que me deje ver por ahí. Y de que tú salgas a la pista. Vamos.


Mientras se movía por el club, Pablo parecía una persona diferente, advirtió Pedro divertido. Desaparecía por completo su aspecto casero. Caminaba a grandes zancadas por su local, con un vaso lleno de un líquido incoloro, rodajas de lima y unas hojas inidentificables. Pedro sabía que las hojas eran de albahaca y el líquido, agua mineral, pero el aspecto de la bebida era casi peligroso.


–Eres un embaucador.


–Eso es lo que esperan mis clientes –repuso Pablo, adoptando una pose de esgrima.


Ambos exclamaron al unísono:


–¡Renegado, morirás mordiendo el acero! –e hicieron un par de pases imaginarios de esgrima. 

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